Luis Enrique Pérez
El Presidente de la República de Guatemala está expuesto a ser libremente criticado. Ninguna ley, incluida la ley constitucional, prohíbe criticarlo. Los límites de esa crítica están definidos por la misma ley, la cual, por ejemplo, impone penas por el delito de calumnia y el de injuria; pero “no constituye delito de calumnia o injuria los ataques a funcionarios o empleados públicos por actos puramente oficiales en el ejercicio de sus cargos…”
No es sensato que el Presidente de la República, Jimmy Morales, pretenda, explícita o implícitamente, no ser criticado, como si hubiera una ley que prohíba criticarlo, o como si los ciudadanos tuvieran que aprobar y hasta elogiar todas sus decisiones, todos sus actos o todas sus obras; o como si él fuera infalible, es decir, jamás pudiera cometer un error porque es Presidente de la República. Ejercer esa presidencia no confiere infalibilidad, ni la confiere haber ganado una elección presidencial con una extraordinaria cantidad de votos de los ciudadanos.
Es sensato que el presidente Jimmy Morales esté dispuesto a aceptar, en particular, la crítica de sus decisiones, de sus actos o de sus obras; y en general, la crítica del modo como ejerce el poder presidencial. Debe estar dispuesto a aceptarla porque él tiene un poder que, individualmente, ningún otro ciudadano guatemalteco tiene, y ese poder puede servir para procurar el mal o para procurar el bien de la sociedad. Precisamente la crítica puede contribuir a que procure más el bien que el mal.
Supuesto que, legalmente, el Presidente de la República puede ser criticado, y que, sensatamente, debe estar dispuesto a ser criticado, la cuestión esencial es valorar la crítica. En esta valoración, el Presidente de la República debe distinguir entre la crítica que es acertada para evitar el error, o mostrar el error, o corregir el error, y propiciar un mejor gobierno; y la crítica que no es acertada para tales finalidades. No importa quién sea el autor de la crítica, o cuáles sean sus motivos ocultos o manifiestos. También, en esa valoración de la crítica, presumimos (más con generosidad que con ingenuidad) que la finalidad es gobernar para procurar el máximo bien de los gobernados.
El Presidente de la República, entonces, debe admitir la posibilidad de que sea acertada la crítica aun del adversario que lo ataca con apasionada ferocidad. Creo que valorar la crítica por su acierto o por su no acierto, y no por el autor de la crítica o por el motivo presunto de quien critica, es un acto propio de un gobernante que quiere cumplir, con la mayor eficacia, las funciones que le adjudica la ley. Es una valoración que exige una rara objetividad estrictamente racional, a la cual el ser humano no parece tener plácida propensión; y el gobernante que carece de ella puede ser más peligroso que el más terrorífico delincuente.
El presidente Jimmy Morales debe transformarse, para estar dispuesto a ser criticado, valorar la crítica, y aceptar aquella que él cree que es acertada, o por lo menos, la más acertada. Esta transformación contribuiría a que él tendiera a ser más un buen gobernante, y no un mal gobernante.
Es imposible que el presidente Jimmy Morales pueda complacer a todos; pero su finalidad no tiene que ser esa imposibilidad. Su finalidad debe ser cumplir las funciones que la ley adjudica al Presidente de la República; y se supone que si las cumple, y más aún si las cumple con la mayor eficacia, la mayoría de ciudadanos estará complacida. Por ejemplo, estará complacida si él, con la mayor eficacia, cumple la ley y obliga a que se cumpla, o comanda las fuerzas públicas de seguridad para garantizar el ejercicio de los derechos de los ciudadanos.
Post scriptum. Recientemente el presidente Jimmy Morales declaró que quizá “estaba mejor” cuando vendía bebidas gaseosas”, y no actualmente, cuando es Presidente de la República. ¿Era la finalidad de tal declaración confesar, con asombrosa honestidad, que ahora ha descubierto cuál es su más espléndida aptitud?