Isabel Pinillos – Puente Norte
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El sonido de la tortuga y los chinchines anunciaron la llegada de la posada. Los plátanos en mole estaban recién preparados, y los poporopos para los niños estaban recién colocados en las bolsitas para recibir a los vecinos. Aunque no nos frecuentamos, recibimos a 50 desconocidos para cantar y rezar por la llegada del Niño Jesús.

En el frenesí de la época navideña, resulta una verdadera faena mantenerse alejado de la bulla de los centros comerciales, de los jingles, del tráfico en las calles y la presión de comprar, comprar, comprar. Además del bombardeo publicitario y la contaminación visual, la agenda se mantiene repleta de convivios y ocasiones para reunirse con los amigos perdidos y la familia extendida.

Pero a pesar de todo y de lo abrumador de las fechas, soy fiel creyente en las tradiciones familiares. Quizás es porque quiero dejarles a mis hijos una identidad, un asidero de recuerdos al cual siempre puedan recurrir en su vida. En mi casa el arbolito es una pieza que ilumina el hogar, que nos da la oportunidad de juntarnos para colocar cada adorno que tiene una historia. No falta el eggnog, las galletitas ni las canciones navideñas de aquel cd que grabamos en 2005 que nos sabemos de memoria. Hasta don Vito, nuestro Beagle con personalidad, tiene su propio suéter verde heredado con cariño del último acompañante canino. Cuando llega el veinticuatro, resulta ser una maratón de compromisos para poder realizar todas las visitas programadas para el día. A las doce comemos el espectacular tamalito de arroz preparado por mi suegra, y con cada bocado ingerimos el legado centenario de su familia huehueteca. Luego la llegada de Santa Claus, quien mágicamente deja regalos en el árbol en la confusión del cueterío de la calle. Recuerdo un año cómo mi hija pequeña afirma haberlo visto partir con su trineo.

Este año, decidí pintar nacimientos de madera. En él solo están la Virgen, San José, el Niño y los animales. Me inspiré en un libro infantil de dibujos titulado “Quién es este niño”. Se trataba del nacimiento desde la perspectiva de los animales del establo quienes percibían la luz del Ser maravilloso, y se sentían inexplicablemente dichosos de compartir ese humilde recinto con Él. La paz invadía el lugar y su expresión era de total adoración.

En el girar de este planeta y los problemas que lo aquejan, es fácil perderse en ellos y ver la época navideña con frivolidad. Pero he llegado a pensar que las tradiciones son buenas cuando unen a los seres queridos. Es un tiempo para hacer un alto y reflexionar de dónde venimos y hacia dónde vamos. Es un regalo para el espíritu saber que algo nos une al hogar, a nuestras raíces y a nuestra fe. Por ello deseo a cada uno de mis amables lectores que ésta sea una época de compartir en familia, de abrazar y regalar abrazos, pero sobre todo de encontrarle el verdadero sentido a todo este frenesí. ¡Feliz Navidad!

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