Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Érase una vez un contador de cuentos a quien le dieron un membrillo por la acidez de sus actitudes y, ni lerdo ni perezoso, puso a su equipo a pensar en la forma en que pudiera resarcirse de ese daño a su egolatría. De inmediato pensaron en el cuento de Blanca Nieves y se imaginaron la forma en que se le pudieran hacer llegar miles de manzanas. Nada mejor para montar el escenario que la inauguración de una obra inconclusa, puesto que ello define perfectamente la gestión del contador de cuentos que habla mucho y no hace nada.

De esa cuenta invitaron a los vendedores de La Terminal, acostumbrados a que los vean como chenca de puro, y les dijeron que serían el relleno ideal para el baño en autoelogios que se habría de producir para que el cuentero personaje pudiera dejar atrás el ácido sabor del membrillo que le dieron. Y los empleados de comunicación social, los mismos duendes que manejan los call center encargados de proteger la imagen del cómico devenido en político, se pusieron afanosamente a escribir carteles con la misma caligrafía y los mismos textos (para que no quedara asomo de duda de su lealtad al jefe), para que los repartieran entre los vendedores que a cambio de mostrarlos, recibirían, igual que el payasito de la cara seria, su respectiva manzana proveída diligentemente por la Secretaría de Asuntos Administrativos y de Seguridad de la Presidencia. Al fin y al cabo, acababan de comprar las más lujosas viandas y unos miles de manzanas ni se notarían en medio del despilfarro.

Llegado el momento, le dieron su manzana al Presidente y, como a Blanca Nieves, le produjo efecto inmediato. Primero se desabotonó la camisa a la altura de la barriga, como se ve en la portada de ayer en La Hora, y luego empezó, bajo el efecto del embrujo, a despotricar a diestra y siniestra contra quienes son sus declarados enemigos, los miembros de la prensa que no comunican lo que él quisiera, pero que no pueden hacerlo porque él no se mezcla con tal chusma y cuando los ve prefiere salir corriendo que soportar la avalancha de preguntas. No por gusto se ha convertido en íntimo del Alcalde, puesto que coinciden en el mismo sentimiento contra los comunicadores sociales, además de coincidir también en aquella ignorancia que el recordado Tuna Skinner Klée, con todo acierto, calificó de enciclopédica porque abarca todas las áreas del conocimiento.

Dicen que no hay peor cosa que un payasito que se queda triste y no logra recuperar el ánimo para ser el provocador de las risas de la multitud. Obviamente un payasito que se mantiene emputado es peor que uno triste y por ello es que los discursos se vuelven tan torpes que los llevan a reconocer que no sirven para lo que están haciendo. Ayer, el contador de cuentos dijo que le iba mejor y que era más feliz cuando era un simple vendedor de aguas en La Terminal. Poco faltó para que dijera que le iba mejor cuando vendía facturas de Fulanos o de Menganos, pero sin duda esa etapa la dejó para el cuento de otro día.

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