María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

A cada año que transcurre, pareciera que alguien conspirara para robarle un poquito de tiempo, haciéndonos percibir que la velocidad de su transcurrir se multiplica. El año 2016 no fue la excepción, pareciera que fue hace tan solo unos días cuando iniciaba y ahora estamos a unos pocos días de despedirlo para siempre.

Este tiempo, es bueno para meditar acerca de nuestra propia vida y de nuestro entorno. Anoche, el insomnio se apoderó de mí por lo que aproveché para hacer algunas reflexiones. El viento corría veloz y parecía rugir amenazante, confieso haber sentido un poco de miedo al encontrarme sola, y por primera vez estar temerosa de esa soledad que día con día digo tanto apreciar. Mi mente todavía un poco fantasiosa recordaba algunas imágenes espeluznantes con cada recrujir de las puertas y somatones de las ventanas. Y allí estaba yo, temblando bajo mis cobijas.

De repente, mis pensamientos se alejaron de las criaturas monstruosas en las que pensaba y se dirigieron a una realidad mucho más aterradora. Si yo me sentía sola y espantada, estaba en mi cama, bien arropada y con un techo sobre mi cabeza. Me dio un poco de hambre así que me apresuré a la refrigeradora para preparar cualquier cosa, refunfuñando porque no tenía muchas opciones pues no he tenido tiempo para ir a comprar suministros para reabastecer mi alacena, pero aun así pude satisfacer mi necesidad de comer y no ha pasado un solo día en que ello sea distinto. No pude evitar entonces, imaginarme a los miles de niños y familias guatemaltecas que ante la misma realidad no tienen un techo para resguardarse, mucho menos cobijas con las cuales taparse o un pedazo de pan para calmar su hambre.

Pensé en el terror que deben sentir esas criaturas al verse enfrentados, no con los monstruos y fantasmas de los que seguramente nadie les ha hablado, sino con la muerte misma. Recordé a los niños de la calle que siendo tan frágiles tienen que ver cómo se ganan la vida, ayer mismo vi cerca de una decena de niños lustradores y no pude más que pensar en sus caritas sucias y el padecimiento que en ese mismo momento estarían atravesando, lloré y de mí se apoderó una náusea y una insatisfacción indescriptible.

Pude finalmente dormir por unos breves instantes, mas me levanté sobresaltada por una pesadilla cuyo origen no sé si fue el asesinato del embajador ruso en Turquía el día de ayer o una novela que recién termino de leer, “Snow” del ganador del Nobel Orhan Pamuk, que aborda precisamente los problemas que radican en la expresión libre de la religión y como ante estos, el valor de la vida se vuelve nulo. Mi sueño me situó pues en medio del sufrimiento que se vive en esa región y que ha convertido un intento de bondad en el odio más feroz. Me acerqué entonces a mi crucifijo y le agradecí a Dios por no ser perseguida, por ser católica y porque, aunque en algunos círculos no hay respeto, mi vida jamás será amenazada por ejercer libremente el culto que yo prefiero.

Muchas cosas más iban y venían de mi cabeza y me sentí malagradecida. A pesar de tener tantas cosas, que en algunas ocasiones doy por sentado, son pocas veces las que me detengo a agradecerlas y a valorarlas.

Cansada al final de una noche sin dormir, no quise desperdiciar la oportunidad para cambiar el contenido de estas líneas y compartirles algunas de las cosas que pasaron por mi mente. Hoy sin ganas de ir a trabajar y pensando en lo difícil que será el día, ya me olvidé del agradecimiento profundo que sentí hace tan solo unas horas por las bendiciones recibidas en este año: el techo, la comida, la familia, el trabajo (aunque hoy lo perciba más como una carga), las amistades, largo etc. Puedo asegurar que hoy tengo el firme propósito de aprovechar los últimos días del año para hacer algo bueno para ayudar a quienes me rodean, y por este medio quiero invitarle, amable lector, a que usted también lo haga.

No cabe duda que algunas veces debemos enfrentarnos con los monstruos de nuestras pesadillas para valorar una realidad que, aunque no es ideal, nos hace seres demasiado privilegiados en un mundo lleno de odio e injusticias. Que en esta Navidad, el Niño Jesús llene su hogar de amor y de paz, y nos permita a todos tenderle la mano a los más necesitados.

Artículo anteriorUsted y el financiamiento electoral
Artículo siguienteCaos generalizado