Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

Son las seis de la mañana en la ciudad, un día cualquiera con un frío fuera de lo común de su clima normalmente caluroso. Las niñas y los niños (que deberían seguir emponchados aún en su cama y en vacaciones) ya están ubicados en los semáforos para tomar su lugar, su jornada inicia con los estómagos vacíos, el ambiente ya huele a esmog y los carros ya se torean, corren de un lado a otro sin mirar, el peatón jamás lleva la vía.

Una comitiva de niños (a esta misma hora) sale del cuarto que alquilan entre todos. Con herramienta en mano se movilizan hacia el Parque Central, unos y otros inician a recorrer las calles para encontrar zapatos que lustrar. La tinta negra en sus manos ya es parte de su piel, ni restregándose se quita.

En las tortillerías a esta hora ya están torteando las niñas. Ya llevan dos horas levantadas y trabajando. Sus manos ya no tienen huellas. Anoche ninguna durmió bien, el dueño de la tortillería llegó bolo y andaba violento, las ha intentado violar, por eso es mejor quedarse atenta aunque el cansancio pese un montón.

A esta hora los niños y niñas vendedores ambulantes ya están subidos en el bus que los lleva al centro. Van comiendo mientras tanto. Son jornadas extensas por la época de Navidad. La venta debería mejorar en estos días. Van pensando sus rutas para que los policías municipales no los jodan.

En las casas bonitas de la ciudad, las muchach(it)as también ya están trabajando. Ya están bañadas y cambiadas preparando el desayuno de los jefes como primera tanda, más tarde prepararán el de los jefecitos que se levantan tarde porque ellos sí están de vacaciones. Anoche algunas no durmieron, el jefe tuvo fiesta hasta la madrugada y les tocó servir. Muchas se aseguraron de que al ir a dormir sus puertas estuvieran cerradas con llave porque este jefe también se pone bolo y también las ha intentado violar.

A Juanito le está amaneciendo, este no es un día normal para él. Hoy no irá a trabajar como todos los días. Ayer se accidentó, recibió una carga eléctrica que quemó la mitad de su cuerpo. Está en el Roosevelt. Le tomará meses recuperarse. Él piensa en que al menos está de vacaciones de la nocturna a la que asiste y entonces no perderá clases este mes, a ver si en enero ya está mejor. Cómo que aún no le cae el veinte de que lo que pasó es grave.

Estoy en la parada del Transurbano mientras pienso en mi infancia. Al señor (de la tercera edad) que está antes de mí en la fila no lo dejan subirse al bus, al parecer a las cinco de la mañana tomó ese mismo bus que casualmente se volvió a encontrar. El subsidio a la tercera edad les permite tomar una sola vez cada unidad. “Espere la otra” le dice con total indiferencia el señor piloto que aún se siente joven.

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