Adolfo Mazariegos

El jueves de la semana recién pasada fui amablemente invitado a conocer la obra pictórica de un grupo de jóvenes artistas guatemaltecos. Verdaderas promesas de la plástica y del arte contemporáneo en general. He de decir, que, pese a mi escasa instrucción en el tema, el trabajo que tuve oportunidad de observar me dejó gratamente impresionado. Además, dicho sea de paso, me impresionó la sencillez de sus autores y la cordialidad con la que pude conversar con algunos de ellos. «Me parece un cuadro que refleja mucha nostalgia, y al mismo tiempo, por contradictorio que parezca, transmite cierta expectativa por un incierto futuro», le dije a Camilo Almaráz, refiriéndome a una de sus obras en carboncillo en cuya creación, según me explicó, también utilizó humo (algo desconocido para mí hasta entonces). En el cuadro, se aprecia un rostro que bien puede ser el de un indefinido y fantástico personaje de ficción, quizá un mítico elfo, quizá una mágica ninfa. Y al mismo tiempo, el rostro pintado contiene también toda la humanidad de un ser tan común y local que podríamos topárnoslo a la vuelta de cualquier esquina, especialmente en una ciudad tan llena de contrastes y adversidades como Guatemala. «Llama mi atención esa indefinida mirada cruzada por una línea dorada que bien podría representar el inexorable paso del tiempo», continué, mientras Almaráz asentía y parecía regocijarse con la sucinta e inexperta interpretación que yo hacía de su obra. «Eso es lo interesante de la pintura» me respondió, «el espectador probablemente nunca llegue a saber lo que el artista realmente quiso plasmar mientras pintaba, pero el simple hecho de que alguien le dé una interpretación, cualquiera que esta sea, hace que valga la pena haber pintado el cuadro», me dijo. Y no pude menos que sentir un profundo respeto por su trabajo y por el de tantos jóvenes artistas que, muchas veces contracorriente, luchan, estudian y se preparan para ser grandes y para dejar una huella indeleble en la historia de una rama tan particular del arte. En ese sentido, la obra de Camilo Almaráz me pareció interesantísima, una obra que no pasa desapercibida sino que por el contrario, transmite mucho y de forma muy intensa, como la obra de los grandes, de los que llegan para quedarse y que difícilmente son olvidados con el tiempo. Por ello, y por todo lo que inevitablemente se quedará esta vez en el tintero, manifiesto con estas sencillas líneas mi respeto y mis mejores deseos para todos esos artistas que ya son grandes, y que tan sólo necesitan seguir recorriendo el azaroso camino que un día les hará inolvidables. Un trecho a la vez, «masters» que así es el arte.

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