Eduardo Blandón

Como si se tratara de un organismo vivo, las sociedades enferman y corren el riesgo de sufrir prolongadamente sin que se les apliquen remedios apropiados. Así, desfallecen comatosamente, mientras las familias exasperadas y confundidas no saben qué hacer con sus vidas. Ese parece ser el caso de Guatemala.

Claro, nosotros no somos los únicos. Hay sociedades por doquier cuya postración ha sido la constante casi todo el tiempo. Incluso sus habitantes no tienen memoria de «estados felices», por ello parecen acomodarse en un contexto que les parece «natural». Si usted se atreve a criticarlos, ya tendrán un manojo de argumentos falaces que les produce consuelo ante el mal democráticamente distribuido, según ellos, por el buen Dios.

Y no se trata de problema de diagnóstico. Generalmente, los países sufrientes tienen sus buenos profesionales: sociólogos, filósofos, científicos, políticos, pastores… todos muy expertos en detectar los males, morales, físicos y hasta metafísicos, que orientan con sendos textos indicando la medicina apropiada para curar la afección. El problema es que comúnmente son países atomizados, divididos y plagados de agentes maléficos que le impiden resurgir para contemplar el milagro.

Guatemala es el caso típico de sociedad enferma, aunque no comatosa aún (eso quiero creer). Los síntomas están a la vista: jóvenes frustrados por el desempleo, tristes, habitualmente con tentaciones suicidas; personas traumatizadas por las heridas psicológicas de los asaltos, nerviosa por la inseguridad; gente siempre lista para la violencia, armada y con ganas de romperle la madre a quien se atreva y se perciba débil; niños sin padres, llenando semáforos buscando unos centavos para sobrevivir.

Agreguemos más. Políticos rapaces disponibles las veinticuatro horas del día para el asalto; Estado desmantelado: sin hospitales, escuelas, agua potable, energía eléctrica y muchos sin vivienda. Somos un país cuyas condiciones no facilita la vida feliz. Si no fuera por la religión, siempre a la mano, en las esquinas, los mega templos, casi estaríamos al borde de la perdición total. Y aún esto, al menos para algunos, es parte de nuestra herida de muerte.

Afortunadamente, las sociedades, como las personas, pueden recuperarse. Un milagro, un golpe de suerte, un contexto inusitado, puede devolvernos la salud. ¿Hay que ser optimistas y trabajar cada uno para procurar la rehabilitación? Por supuesto. Desafortunadamente se requiere mucho más. Quizá si comenzamos considerando lo que nos pasa, sea un buen paso para recuperarnos. Esa es la idea del texto.

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