Claudia Navas Dangel
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Este año se conmemoran 20 años de la firma de los Acuerdos de Paz FIRME Y DURADERA. Y por todos lados hablamos de “los acuerdos”, obviando lo de firme, vaya ironía y lo de duradera, ¿será que se referían a la guerra? Y digo guerra porque es lo que sucedió. La palabra conflicto se queda corta. Tantas vidas interrumpidas, familias separadas, tanta sangre, tanta violencia, tanto dolor, no pueden resumirse a una palabra tan simple que luego se borra con otra, hermosa, sí, pero para nada cierta.
La paz en Guatemala no existe, aunque unos papeles digan lo contrario y aunque las monedas de quetzal lo repitan en oídos sordos cada día. Vivimos en guerra. Diariamente se enfrenta el pobre contra el acomodado, los heterosexuales con los gays y lesbianas, empresarios contra obreros, adultos contra niños, indígenas contra ladinos, ladinos contra ladinos, unos contra otros, otros contra unos.
Las páginas de los diarios,-yo aún soy de la generación del papel-, narran muertes violentas, hechos terribles: secuestros, robos, extorsiones, pobreza, impunidad. De cuál paz hablamos cuando el solo tropezarnos con una persona en la calle provoca un cúmulo de palabras altisonantes. De qué paz hablamos cuando somos maltratados por las autoridades que supuestamente deben velar por nuestra seguridad, de qué paz hablamos en un país en donde los niños no tienen comida, no aprenden a leer y en donde nos alegramos al ver que lo que no nos gusta o los que viven como nos asusta, son violentados, humillados y pierden la posibilidad de trabajar, eso simplemente.
De qué paz hablamos cuando sin conocimiento de causa, señalamos de mareros a cualquier joven, de qué paz hablamos cuando volteamos la cara ante un macho golpeador y preferimos no pensar en esa mujer vulnerada.
El fuego no cesó, eso no es cierto. Este año muchas personas que conocía y quería, personas que luchaban por ser libres en esta sociedad opresora y dictatorial, murieron de forma abominable.
Acá no hay paz. No hay nada que celebrar. Mucho que discutir, por supuesto. Mucho que replantearnos, mucho de que enterarnos y mucho por hacer. Podríamos empezar por decirlo, por no negarlo, por contarle a las nuevas generaciones lo ocurrido, por no bocinar una mañana, por no colarnos, por no cambiarnos de banqueta al ver a un “sospechoso”, por gritar menos, por abrazarnos un poco más.
Han pasado 20 años y no ha pasado nada en realidad. Nada al menos que nos nombre como “democráticos”, nada que nos haga avanzar como nación, a no ser por los enormes edificios y centros comerciales, a lo que muchos llaman progreso. Si queremos paz, firmémosla con hechos, asumiendo nuestra responsabilidad como ciudadanos, como seres humanos, ya sabemos que el papel aguanta con todo, eso está bien claro.