Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Tras una valiente lucha contra el cáncer, ayer partió al cielo nuestro querido profesor Dante Cadur Ávalos. Explicar el impacto que tuvo el profesor en sus alumnos, se resume en una anécdota contada por alguien cercano: “tres amigos en la universidad discutían sobre quién había tenido el mejor catedrático de matemáticas. Todos decían que el suyo había sido excelente, era imposible que hubiera otro mejor. Al final de la conversación, resultó que era el mismo: el profesor Dante”.

Para quien haya pasado por el Colegio Guatemalteco Bilingüe, Dante fue una institución y su legado pasa por más de treinta promociones. Leyendo anécdotas y compartiendo con mis antiguos compañeros, me preguntaba ¿por qué este hombre de semblante y voz serena tuvo una influencia tan determinante en todos nosotros?

Dante-AvalosNació en el país de los Andes, un chileno con amor a la buena conversación, la política y el deporte, pero sobre todo con una pasión por la enseñanza. Vino a Guatemala gracias al amor a una chapina y formó una familia. Ocasionalmente, lo encontraba en la calle, y me saludaba con interés y la misma vitalidad de siempre. Desde que los alumnos lo veían en el corredor, lo rodeaban para hablarle. Se sentía la ansiedad previo a su clase porque evidentemente al ingresar al salón inyectaba adrenalina pura, era una fuerza que nos empujaba al máximo, nos exigía, mientras que él rejuvenecía con la retroalimentación de veintitantos adolescentes con los cerebros sedientos.

Copiaba con una impecable caligrafía en el pizarrón problemas que nos parecían imposibles; dibujaba con precisión los ángulos que debían ser calculados, o el avión que debía rescatar Superman. Detestaba las fórmulas, porque lo importante era aprender a pensar. Cuando simulaba agotar su paciencia, le diría a alguien: “Cómprese un burro… y dígale que lo patee”. Aún su regaño era recibido con humor, pues no lo decía con prepotencia sino desde el plano de la igualdad y la camaradería. Su secreto era la empatía. Por eso, permitía con cierta complicidad que le preguntáramos sobre Chile, sobre política, o la selección de fútbol, a sabiendas de que era una artimaña para evitar la lección. Resulta que sus anécdotas fueron épicas hasta su última clase, pues un chico de reciente egreso escribió ayer en redes al enterarse de la noticia: “Recuerdo una clase en la que Dante nos contaba de cómo alguna vez en Chile tuvo una conversación con un extraño en un tren. Al partir, el extraño se despidió diciendo su nombre: Pablo Neruda.”

Sus palabras en nosotros encontraron tierra fértil, el respeto de maestro se lo ganó respetando primero a sus alumnos, no sólo conocía a todos por nombre y apellido, sino conocía el contexto familiar. No daba las respuestas, dejaba que la descubriéramos por nuestra cuenta. Esto le provocaba una sonrisa de satisfacción de haber cumplido su tarea. Conocía las limitaciones y temores del grupo, pero rendirse no era opción. Disfrutaba enormemente enseñar e imagino que disfrutaba el proceso de lanzarnos al mundo. Su crucial influencia inspiró a muchísimos a estudiar distintas ingenierías y a destacar profesionalmente.

Hoy despedimos del universo terrenal al maestro que, más que enseñarnos el mundo numérico, fue un mentor que nos empujó a descubrir nuestro potencial. La bendición de su vocación le permite vivir por siempre en los corazones de miles que pasamos por sus aulas, y que nos formamos en su humanidad, su sensibilidad y su pasión por la vida. Hoy, profesor Dante, el firmamento le servirá de pizarra. Las estrellas serán ahora contadas por un hombre brillante que enseñó a brillar a los demás.

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