Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Hace poco escuché a un político decir que si las reformas constitucionales fueran sometidas a consulta popular sin que hayan sido discutidas con amplitud, seguramente serían rechazadas por la mayoría de la población. Para mí que esa opinión es correcta, a pesar que nuestra población está consciente de la imperiosa necesidad de combatir la nefasta impunidad que existe en nuestro país pero, por la manera poco eficaz de divulgar las reformas, es cuando la pérdida de credibilidad influye más en el ánimo de los guatemaltecos.

Definitivamente no se puede tapar el sol con un dedo y eso es lo que algunos pretenden hacer tratando de convencer a una población que antes del proceso electoral del 2015 ya había perdido toda la confianza en los dirigentes políticos, lo que vino a agravarse con los pobres resultados del gobierno que asumió el poder desde enero de 2016. ¿O qué esperaban, que lo hecho por los gobernantes del Patriota no iba a dar como fruto principal la pérdida de credibilidad y como si ello fuera poco, el nuevo gobernante desde los primeros días de su mandato también haya dejado con un palmo de narices a quienes confiaron en sus promesas?

Así como no se puede abrir fácilmente una caja de seguridad sino se conoce de antemano la clave para hacerlo, también para recuperar la credibilidad en el ser humano es indispensable conocer y aplicar a cabalidad las claves que la sustentan, empezando con que los actos de un gobierno deben ser desde el inicio fiables y honestos que demuestren tanto sinceridad, lealtad como una integridad total. De igual manera, el trabajo gubernamental debe verse como de alta calidad a través de hechos comprobables que merezcan gozar del prestigio de ser serios, formales e innovadores. Todo ello, después de diez meses no lo vemos por ninguna parte.

La capacidad de los gobiernos solo se puede medir a través de los buenos resultados con hechos comprobables, tanto en cantidad como en tiempo, pues la confiabilidad no es otra cosa que satisfacer las expectativas de los gobernados por haber hecho bien su trabajo, lo que seguramente se traduce en una buena imagen interna y externa, para que nuestra gente se sienta tranquila y se ponga a trabajar en paz.

Nada se ha cumplido. Ya no se dialoga, se negocia. Ya no se informa, se manipula. No hay un solo vínculo de confianza entre los políticos y la gente, fuera para comprar, para vender, para suscribir convenios o contratos, mucho menos para retomar la eficiencia en los servicios de salud, en la seguridad ciudadana, en la educación pública y no digamos en recuperar la infraestructura.

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