Jorge Mario Andrino Grotewold
* @jmag2010

Las recientes elecciones en Estados Unidos han dejado no solo sorpresas, sino también grandes decepciones para una gran cantidad de personas alrededor del mundo, que vieron a uno de los candidatos como una amenaza, por su forma de reaccionar no tradicional al político de Washington. Su discurso de confrontación y el esfuerzo por posicionar una idea de nacionalismo, asustó a más de algún líder internacional, y a una gran cantidad de migrantes, legales e ilegales dentro de dicho país.

Como resultado de esta elección, se espera un cambio de políticas en materia comercial, internacional e interna, luego de ocho años del gobierno demócrata del aún presidente Obama. Estos cambios, aun cuando se dieren, no serán de naturaleza inmediata, y tendrán como ventaja política para el ahora presidente electo, que la dualidad de Cámaras del Organismo Legislativo estadounidense (Congreso y Senado) conservarán su mayoría republicana, lo que puede allanar políticas más conservadoras, tradicionalmente reconocidas a dicho partido político.

Pero lo que llama la atención es la resiliencia del país del norte, entendida esta como la capacidad de sus ciudadanos y políticos para superar el período de dolor emocional y situación adversa. Esto porque a pesar de haber sido una de las campañas más agresivas de los últimos tiempos, y de que tanto el presidente Obama como la candidata demócrata Hillary Clinton se enfrentaron duramente con el ahora presidente electo Trump, una vez finalizado el período electoral, toda la institucionalidad y la política de tradición se hicieron presentes, no solo con la aceptación de la derrota del partido demócrata, sino además de los encuentros ya programados entre el candidato ganador y el aún presidente, para efectos de coordinar la transmisión de mando. Donald Trump también se ha manifestado tolerante y “presidencial” ante las cámaras y su relación con sus oponentes, llamando a la unidad del país.

Cierto es, que algunos focos de protesta se han manifestado en algunas ciudades estadounidenses, atípico para la democracia más antigua de América, pero su objetivo conlleva una presión hacia el futuro gobernante, en primera instancia de para que se establezcan políticas públicas radicales, y en segunda instancia, para hacer valer su derecho a manifestar, como forma de ventilar la frustración que puedan tener por la derrota electoral.

La democracia e institucionalidad característica de Estados Unidos es una de sus fortalezas como país desarrollado, y precisamente esa fortaleza es la que permite respirar tranquilo a sus ciudadanos, así como a buena parte del mundo, que reconoce que aunque alguien como Donald Trump pueda cambiar ciertas políticas internas, seguramente no podrá radicalmente y de tajo, modificar toda una política internacional definida, tanto de cooperación como de conflictividad geopolítica.

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