Alfonso Mata

La globalización entre sus gracias, nos hace cada vez más homogéneos en gustos, deseos, frustraciones y atracciones e incluso pensamiento político. Hablemos de este último.

Difícil resulta afirmar un por qué, de un hecho. Fenómeno transitorio mundial concomitante con la situación inestable y perpetuable de los pueblos, es tener que elegir autoridades, sin estar satisfechos de la opción y un poco irracional entonces basarnos en la “mejor” esperanza. Los dos hechos recientes más patentes y patéticos al respecto, son los vividos por los guatemaltecos y norteamericanos: los procesos electorales. Pero más allá de eso ¿podemos decir qué tenemos algo en común estos dos pueblos? Yo creo que sí.

Primero: en ninguno de los dos, la opinión pública gobierna. Segundo, tampoco existe una unidad nacional de espíritu. Tercero, el Estado no se basa en ninguna religión, tampoco en ninguna mística entre él y su pueblo y sin embargo, sus estados no son agnósticos, pues estos se han vuelto “clubs de amigos” propiciando una organización territorial de combate entre pueblo y Estado, en medio de un ambiente hostil y de ofensiva, generando pueblos temerosos. Y todo eso sucede no dentro de un ambiente democrático, ni siquiera de competencia justa y eso no ha sido un fenómeno transitorio, se ha vuelto la principal plaga para lograr el desarrollo humano.

La debilidad de este sistema, es su falta de principios hacia lo humano, lo que a su vez es su fuerza, moviéndose en una línea peligrosa en que democracia y liberalismo es una ilusión creíble solo por juristas y académicos. Este fenómeno y los sucesos que de esto se derivan, son similares para ambos pueblos y lo “peor” las oposiciones que puedan existir como son los partidos políticos apuntan a lo mismo “intereses individuales no sociales” generando un estilo político dentro de un desorden premeditado de ideas, instituciones totalmente opuestas a la democracia. ¿Cuál es la consecuencia de eso? Es lo impredecible. Espinoso de explicar, cuando la situación existente es difícil de extirpar y se vuelve a caer en el temor, la infracción y violación en lo social, en lo económico y ambiental.

Ante ese escenario que persiste, el hombre común en cada proceso electoral, busca en la oportunidad del voto, la esperanza, sin poner la fe de su parte. Se inclina entonces a lo desconocido (que es a lo que conduce la esperanza) dejando en brazos del destino, la posibilidad de estabilizarnos y volver al constitucionalismo, en el sentido pleno de la palabra (instituciones sociales y administrativas fuertes, técnica organizativa y financieramente y coincidentes con las necesidades ciudadanas y de las poblaciones) a efecto de fortalecer a través de una justa gobernabilidad y responsabilidad, la organización social más ecuánime y equitativa y todo eso dentro de un estado, que aplique legítimamente el derecho. Un estado que reconozca por encima de su poder, principios y cuyo centro descanse en la soberanía. Ese es el sueño americano, el guatemalteco, el humano de todas las naciones.

No cabe la menor duda que en ambos regímenes hay diferencias estructurales y funcionales. Sin embargo, en ambos en el voto, iban impresas las frustraciones y esperanzas; no la confianza, no el nombre de una persona, sino la intención de recobrar, en uno de los casos, la prosperidad suficiente para bañar a todos y en otro, el de conseguirla.

El problema de nuestros gobiernos y de la gobernanza (y probablemente no en Norteamérica) ha sido que nos han considerado a los ciudadanos una simple suma, para inclinarnos a observar y aceptar una lucha tonta, pues los políticos son iguales en intenciones y no han actuado como coordinadores de opiniones intereses y actividades, a manera de establecer equilibrio entre tendencias que se dan dentro de una sociedad que varían incesantemente en intenciones, fuerza y dirección.

Encarrilar un estado que se ha salido de la legalidad tanto jurídica como moral, es difícil cuando la exasperación y desesperación –y esto es lo trágico de los pueblos- lleva a confiar en el destino los sueños y las tribulaciones del día. Es como confiar la vida, al sueño nocturno.

No puedo profetizar, pero el actual gobierno guatemalteco (y ojalá tenga mejor surte el pueblo norteamericano) se me antoja un retorno a un vivir diario de nuevo entre la anarquía y la democracia; en medio de una disociación que persiste entre los tres organismos del Estado, enfrascados en una lucha por un absolutismo de cada uno, cosa que a su vez se reproduce en los gobiernos locales, destruyendo y manteniendo el frágil edificio de nación y nacionalidad.

Las formas de gobernanza que hemos tenido, ha hecho mella en la población que ha creado un pensamiento de desconfianza e indiferencia hacia el Estado y sus organismos, ha fortalecido la resistencia pasiva, la conspiración y el aprovechamiento cuando se puede, lo que produce un estado débil aunque -y aquí viene la paradoja- crecemos económicamente ante la impotencia y la ruina del Estado.

No cabe duda que para salir del hoyo político en que hemos caído, nos urge un régimen de transición, la pregunta es ¿de qué tipo? Hay muchas opiniones al respecto, pero si sabemos de qué perfil. De un perfil capaz de liquidar un sistema que perdura lleno de huecos que facilitan la estafa, el fraude y el abuso. Sabemos también que será difícil de encarrilar, si es turbado por la actual política partidista y los actuales políticos. Creemos que debe ser un proceso que no busque el desquite y la intolerancia, sino que sea constructor con imaginación y acción, para lograr el desarrollo humano en su verdadero sentido, basado en un sentimiento de ecuanimidad, equidad; en una acción capaz de cerrar las brechas de inequidad que limitan el desarrollo.

¿Por qué hablamos de transición? Somos en nuestro caso, un país de electores y partidos “acabados y no remozados” llenos de ficción, que ocultamos o tratamos de ocultar una realidad de intereses ante los otros. Somos un estado “paralizado” que no posee una vida propia, ni voluntad, ni continuidad, acorde a los mandatos de la constitución y lo peor “carente de autoridad” lo que nos hace tropezarnos con un estado no democrático y no viable, porque está y ha sido constantemente sostenido por fuerzas históricas o naturales, que existen fuera de él y que le definen marco, le dirigen, corrigen y conducen, en busca de intereses ajenos a sus mandatos.

¿Qué pedimos? Un estado fuerte, capaz de imponer orden y respeto y de encargarse de lleno a las demás del desarrollo como son la educación, la salud, el trabajo, el uso adecuado y preservación del ambiente, con seriedad y justicia. El ciudadano debe tener conciencia o adquirirla, que su sociedad posee vida y fines independientes y que difieren radicalmente de la vida y los fines individuales y de ciertos grupos y que sin la atención adecuada de los primeros, los segundos no se pueden dar. Se necesita de un equilibrio entre ambos, equilibrio que no hemos logrado.

Así que el Gobernar tiene una misión que no es del voto, sino de la soberanía; de lograr el desarrollo de la nación y su sostenibilidad, a la par del bienestar social y de cada ciudadano, más allá del estilo de gobierno y sus gobernantes. Ojalá eso lo logren nuestros hermanos americanos y que nosotros tomemos conciencia y luchemos por ello pronto.

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