Eduardo Blandón

El amor es moneda corriente expresada en los múltiples ámbitos de nuestra vida cotidiana.  La sociedad que habitamos, fundada aún en los valores cristianos, afirma que los creyentes “seremos juzgados en el amor”.  Aun con ello, sin embargo, los hechos no parecen dar fe de que nos movamos en ese registro idílico.

Las guerras y la violencia diaria, por ejemplo, los desencuentros y roces en el trabajo, el egoísmo cada vez más extendido, indican más bien que la aspiración de “amarnos los unos a los otros” se encuentra si mucho en una etapa de deseo. El filósofo coreano, Byung Chul-Han, formado en la Universidad de Friburgo y docente de la Universidad de las Artes de Berlín, en su libro “La agonía del eros”, explica la paradoja de nuestros tiempos en los siguientes términos:

En tiempos recientes se ha proclamado con frecuencia el final del amor. Se piensa que hoy el amor perece por la ilimitada libertad de elección, por las numerosas opciones y la coacción de lo óptimo y que, en un mundo de posibilidades ilimitadas, no es posible el amor. También se denuncia el enfriamiento de la pasión.  Eva Illouz, (la mercantilización del romance) en su obra “¿Por qué duele el amor?”, atribuye este enfriamiento a la racionalización del amor y a la ampliación de la tecnología de la elección.

No es nuevo que los filósofos adviertan le erosión del amor y la amenaza representada a veces por la propia cultura y la presión social. En años anteriores el filósofo alemán Herbert Marcuse en su obra “Eros y civilización” ponía en guardia sobre la nocividad de la sociedad posindustrial represora del instinto libidinal del hombre.  “La civilización empieza, decía Marcuse, cuando el objetivo primario, o sea, la satisfacción integral de las necesidades- es efectivamente abandonado”.

Mencionaré más recientemente las aportaciones críticas de los dos últimos pontífices de la Iglesia Católica, Papa Benedicto XVI y Francisco, que en sus encíclicas respectivas, “Caritas in veritate” y “Laudato Sii”, han ampliado el discurso caritativo hacia lugares inusitados como es el caso del espacio ecológico.

Más allá de la crisis, sin embargo, la crítica ha originado una revalorización del amor que ha permitido lo que puede llamarse la resecularización de eros, esto es, la expresión de una preocupación generalizada por el tema del amor.  Así vemos, por ejemplo, a un Allan Badiou escribiendo un “Elogio al amor” o a un André Comte-Sponville haciendo lo propio con “el sexo ni la muerte. Tres ensayos sobre el amor y la sexualidad”.

Es importante comprender que la implantación de una cultura diferente a la que vivimos puede permitir el cambio que origine un universo diferente. Si interesa alguna utopía capaz de originar una revolución social, el horizonte del amor debe ser una opción que debe ser considerada.

Artículo anteriorEstados Unidos y su garantía de democracia
Artículo siguienteDicho y hecho. Sonaron los “morongazos”