Luis Enrique Pérez

El pasado 8 de Noviembre, estrictamente, no fue electo un nuevo Presidente de Estados Unidos de América, sino que, en cada uno de los 50 Estados, más el distrito de Columbia, fueron electos los miembros del denominado «Colegio Electoral», compuesto por 538 ciudadanos, denominados «electores». Estos ciudadanos elegirán, en el próximo mes de diciembre, al próximo presidente. El candidato presidencial que haya obtenido por lo menos 270 electores (es decir, la mitad del número total de electores, más uno), ganará la presidencia. Ese candidato es Donald Trump.

El candidato presidencial que ha obtenido por lo menos 270 electores, no necesariamente es aquel que ha obtenido más votos de los ciudadanos. Precisamente Donald Trump obtuvo 290 electores; y Hillary Clinton obtuvo 228; pero Clinton obtuvo 47.7% del número total de votos de los ciudadanos, y Trump obtuvo 47.5%.

Un motivo de que no haya una necesaria correlación entre mayoría de electores y mayoría de ciudadanos votantes, es que el régimen electoral presidencial de Estados Unidos de América está constituido de manera tal que un candidato que, por ejemplo, obtiene la mayoría de votos de los ciudadanos de 11 Estados (que son California, Texas, Nueva York, Florida, Pensilvania, Illinois, Ohio, Michigan, Georgia, Nueva Jersey y Washington), y del distrito de Columbia, obtiene también 270 miembros del Colegio Electoral, que están comprometidos a votar por él. Es decir, un candidato presidencial puede obtener ese número de votos aunque no haya obtenido voto alguno de los ciudadanos de los 39 Estados restantes, ni, por consiguiente, elector alguno; y puede suceder que la población votante de estos 39 Estados sea mayor que la población votante de aquellos 11 Estados, más el distrito de Columbia.

Las últimas encuestas sobre intención de voto anunciaban la victoria de Clinton. El mismo Trump parecía reconocer que podía perder; y Clinton parecía tener ya la certeza de su triunfo, reforzada, quizá, por la aparentemente creciente hostilidad popular que suscitaba Trump. Uno hasta podía creer que era una hostilidad provocada deliberadamente por él mismo, para no ganar la elección presidencial, y lograr una finalidad secreta. O uno esperaba que se percatara de su presunta insensatez política, y adoptara una nueva actitud; pero persistió, como si estuviera dispuesto a luchar contra el mundo. Provocaba la impresión de ser perseverante en la imprudencia y obstinado en su propia destrucción.

Ahora sabemos que esa provocada hostilidad, esa insensatez política, esa disposición a luchar contra el mundo, y esa impresión de perseverante imprudencia y obstinación autodestructiva, era una apariencia que ocultaba una realidad que la investigación estadística no revelaba: una probabilidad de éxito mayor que aquella que presuntamente tenía Clinton. Conjeturo que cuando los asesores de campaña presidencial de Clinton observaron el incremento del número de electores que obtenía Trump, sufrieron una rara combinación de humillación, decepción y perplejidad, mientras aquel ideal de Clinton, de ser la primera mujer Presidente de Estados Unidos de América, se disolvía dolorosamente y engendraba una íntima tragedia.

Durante la campaña presidencial de Trump hubo, por lo menos, seis notables promesas de él: primera, construir un muro en la frontera entre el territorio de Estados Unidos de América, y el de México; segunda, investigar nuevamente los mensajes de correo electrónico privado de Hillary Clinton cuando ella fue Secretaria de Estado; tercera, prohibir la inmigración de musulmanes o de personas que inmigren desde países que promueven el terrorismo; cuarta, suprimir el programa de salud llamado «Obamacare»; quinta, renegociar (con Canadá y México) el llamado «Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte», y no aprobar el llamado «Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica»; y sexta, rebajar impuestos. ¿Cuáles cumplirá, o cómo y en qué grado las cumplirá?

Post scriptum. Opino que Hillary Clinton no era una mejor opción presidencial que Donald Trump; pero la campaña electoral de Trump, que realmente consistió en exponerse a una derrota descomunal, demostró ser más exitosa.

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