Félix Loarca Guzmán

Ayer martes se realizó en Estados Unidos la elección de los Cuerpos de Electores que integrarán el correspondiente Colegio Electoral, que será el que en definitiva designará al nuevo presidente de ese país del norte de América, para el próximo período de cuatro años de gobierno.

En Estados Unidos, los ciudadanos no eligen en forma directa al Presidente, sino que votan por los electores de cada candidato. Es un sistema parecido al que existe en Guatemala para la elección del Rector de la Universidad de San Carlos.

En todo caso, lo que ocurrió ayer en Estados Unidos se inscribe en la batalla por la Casa Blanca entre los candidatos Donald Trump del Partido Republicano y Hillary Clinton, del Partido Demócrata.

En horas de la madrugada de hoy cuando escribía este artículo, el candidato del Partido Republicano iba conquistando un mayor número de cuerpos electorales, en una carrera muy reñida por alcanzar el poder.

Los primeros datos ubicando a Donald Trump a la cabeza de las elecciones, sorprendieron a la opinión pública, evidenciando el fracaso de las encuestas y de los más poderosos medios de comunicación de Estados Unidos, que se inclinaron en favor de Hillary Clinton.

La campaña electoral previa a esta elección, ha sido sin duda, una de las más polémicas, que puso al descubierto la purulencia del sistema y de la clase política en Estados Unidos, en donde quienes verdaderamente tienen el poder, son las grandes corporaciones empresariales.

Todavía están frescos en la mente de los estadounidenses y extranjeros, los diversos señalamientos y acusaciones mutuas de los dos candidatos, exhibiendo ante los votantes sus trapitos al sol.

De confirmarse el triunfo del candidato Donald Trump, habrá que esperar que no ejerza una política hostil hacia América Latina, y que por lo menos garantice un trato humanitario para los miles de migrantes de la región, quienes sin lugar a equivocarnos, son una pieza fundamental para la economía estadounidense, generalmente desempeñando los trabajos más duros, que los propios norteamericanos no pueden o no quieren atender.

En este contexto, se aleja más la posibilidad que el nuevo gobierno de Washington pudiera inaugurar una política de buena vecindad para América Latina sin golpes de Estado.

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