Luis Fernández Molina

Contagia el entusiasmo con que participan las mujeres en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Es un aire refrescante que oxigena, un impulso vital que acciona a todo un sistema que antes no permitía el voto femenino. En efecto, hace exactamente cien años las mismas mujeres realizaban protestas y marchas para que se les tomara en cuenta en los ejercicios democráticos, supuestamente universales.

La Constitución de los Estados Unidos ha permanecido inalterable en su contenido central, desde que entró en vigor en 1787. Las adaptaciones, o actualizaciones, se han operado a través de enmiendas. Entre ellas la número 15 y la Enmienda 19, ambas se refieren al voto.

Las guerras, con todo su lamentable bagaje de desgracias humanas y materiales, dejan al final algunas lecciones positivas. Provocan exámenes de conciencia en las sociedades que los impulsa a operar cambios. Después de la sangrienta Guerra Civil, de 1861 a 1865, se revaluó el papel de los afro-americanos. Después de todo apoyaron decididamente en la contienda y una de las causales de la misma fue precisamente la liberación de la esclavitud en el sur. Todo ello llevó a la aprobación de la 15ª Enmienda que fue ratificada en 1870. Con ello los afroamericanos ganaron su derecho al voto. Claro, solamente los varones de color.

El voto femenino seguía en la sombra. La mayoría de las mujeres parecía adaptarse a ese injusto status quo que les asignaba un rol secundario, doméstico; se aceptaba después de todo, que los menesteres hogareños correspondían a la mujer. Además, ¿qué saben las mujeres de política y de cosas «de hombres»? Podían ser influenciadas o presionadas por sus parejas. Cabe señalar que muy pocas mujeres tenían estudios universitarios y menos las que dirigían un negocio.

Pero no todas las mujeres estaban conformes, surgieron grupos de activistas que fundaron la Asociación Nacional del Sufragio Femenino para promover nueva enmienda constitucional que permitiera el voto de las mujeres al igual que, en ese mismo año (1870) se había aceptado el voto de los afroamericanos. La referida Asociación se fusionó después con la Asociación del Sufragio Femenino y formaron la Asociación Nacional Americana para el Sufragio Femenino. En 1872 Susan Anthony -fundadora de la primera Asociación, fue arrestada por el atrevimiento de hacer cola para votar por Ulysses Grant. ¡Inaudito! Era ilegal a pesar de que eran ciudadanas estadounidenses. Se promovieron muchas marchas y desfiles, ejercieron presión política, vigilias silenciosas e incluso huelgas de hambre.

El primer estado que extendió el voto a las mujeres fue Wyoming en 1890; hasta 1912 otros nueve estados siguieron el ejemplo. Sin embargo, era una decisión originalmente limitada a ese pequeño (electoralmente) estado; la mayoría de los otros estados seguían vedando ese derecho. Hacía falta una disposición federal de cumplimiento obligatorio para todos los estados; esta normativa fue propuesta en 1919 y ratificada en 1920. En un sentido fue también consecuencia de otra guerra, la Primera Mundial en el que fue decisivo el papel de las mujeres. No fue difícil obtener la Enmienda ya que el Partido Nacional de la Mujer y las Centinelas Silentes, instaron al público a votar en contra de los senadores que negaban ese voto.

En Guatemala también las mujeres han seguido un camino cuesta arriba. Fue hasta 1945 que -las letradas- pudieran votar; fue también después de una gesta histórica: la Revolución de Octubre. En la Constitución de 1965 se amplió el derecho cuando se aceptó también el voto de las analfabetas.

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