Adolfo Mazariegos

En gran parte del mundo, muchos están a la expectativa de las noticias que puedan emanarse del proceso electoral en el que se encuentra inmerso Estados Unidos (y cuyo punto culminante inicia muy temprano mañana martes). Sea por curiosidad, sea por la trascendencia que el proceso reviste, y por lo que el resultado final puede implicar, la atención se centra en esos dos personajes que han resultado tan sorprendentes como polémicos en el marco del sistema político estadounidense. De más está decir que, independientemente de quién resulte vencedor en los comicios, de una u otra manera, en mayor o menor medida, el desenlace afectará o incidirá de algún modo en países como Guatemala y por supuesto el resto de América Latina. No obstante, no es mi intención referirme a ese hecho innegable y cercano en el que muchos ojos, por razones obvias, están puestos desde varios meses atrás, sino a un fenómeno que, asimismo, no ha dejado de llamar la atención de expertos, medios, y hasta de ciudadanos comunes en distintas latitudes: la competencia per se entre Clinton y Trump por alcanzar la silla presidencial en la Casa Blanca, que se ha convertido en un proceso de polarización en el que los señalamientos, descalificaciones y hasta las ofensas personales, han calado en el ánimo del votante, haciendo evidente una transformación en marcha del actual sistema político y democrático de los Estados Unidos. Durante las últimas semanas, dicha polarización ha generado enfrentamientos abiertos entre simpatizantes de uno y otro partido (Demócratas y Republicanos), al grado de provocar conatos de disturbios como el ocurrido hace pocos días en Phoenix, Arizona, en donde incluso ha tenido que intervenir la policía a manera de evitar que trasciendan y empañen un proceso con el que muchos se han sentido abiertamente decepcionados. El descenso en la popularidad de Hillary Clinton en las más recientes encuestas así lo indican, descenso generado en gran medida como producto del desencanto de millones de votantes que han visto frustrado el cumplimiento de sus expectativas y que, además, se han visto influenciados por la reapertura del famoso caso de los correos electrónicos; ello, indiscutiblemente, ha hecho mella en distintos niveles del partido demócrata y también del electorado. En el caso del candidato republicano, no obstante la aparente recuperación que ha experimentado en las encuestas y su evidente cambio de estrategia hacia el final de la campaña, sus desatinados comentarios y su actitud prepotente y racista, aunque para muchos parecen ir quedando en un segundo plano, aún flotan amenazadoramente en el ambiente. Con tal grado de polarización y con un creciente descontento como el que se ha observado en distintos estados de la Unión Americana, puede advertirse que cualquier cosa podría suceder en la reñida carrera por ocupar la oficina oval. Queda además, en el ambiente, una pregunta que el mismo Trump generó al decir, quizá en broma, quizá en serio, que respetaría el resultado de la elección si ganaba él (¿?).

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