Isabel Pinillos
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Estamos a la puerta del desenlace final de las elecciones presidenciales en Estados Unidos dentro de una reñidísima contienda entre Hillary Clinton y Donald Trump. A una semana, cuando ya todo haya acabado, no habrá vuelta atrás.
Pero ahora, unas últimas palabras de advertencia: de todos los males posibles, Trump es la opción más nefasta, la más cruel, la más insensata. En mi opinión, lo más peligroso de que sea electo no es su falta de experiencia política sino su desenfrenado ímpetu por dar vida a las ideas más severas y perjudiciales. Reconozcamos la hostilidad que ya ha sembrado y que de quedar electo seguirá esparciendo, debido al contenido esencial de su propuesta que sus votantes exigirán que cumpla.
Digamos las cosas por su nombre. Cuando Trump promete “volver América grande otra vez”, es un eufemismo para decir “volver América blanca otra vez”. Cuando dice que va a construir un muro, es para dejar clara su supuesta “superioridad”. Demostrar esto es tan importante que no le afecta en absoluto echar a 11 millones de inmigrantes que ayudan a sostener económicamente al país. Cuando habla atropelladamente a favor de vedar la entrada a personas musulmanas, o de bombardear ciudades del Medio Oriente, o revela su forma aberrante de tratar a las mujeres, desenmascara su esencia implacable, misógina, bélica, racista y xenófoba. ¿Le suena a alguien conocido?
Trump es, sin duda, la opción que más golpea la memoria de una nación fundada bajo el principio de “igualdad para todos” un valor que debió ser reivindicado tras una larga guerra civil que costó alrededor de un millón de vidas, y posteriormente por luchas a favor de los derechos de los afroamericanos y de las mujeres. Porque si escudriñamos la raíz de su propuesta, ésta se deriva del purísimo odio, de quien se cree superior por el simple color de su piel, o por nacer hombre, o por pertenecer a determinada región.
Trump no inventó la intolerancia y sus derivadas. No. El mal del trumpismo es que ha llevado a otro nivel esos sentimientos que algunos susurraban en la intimidad del hogar. Este es un hombre que ha pronunciado en voz alta lo innombrable, lo que nadie se atrevía a decir por temor a ser “políticamente incorrecto”. Sin embargo, quienes nos oponemos a este señor sabemos que dicha corrección política no obedece a simples convencionalismos sociales, sino que son el resultado de miles de años de tratar de vivir de manera civilizada, y que en nombre de la “igualdad ante la ley” se han derramado ríos de sangre.
Uno de los daños causados por un discurso de odio, es que dispara conectores neurolingüísticos en una población que está siendo incentivada para expresar esos sentimientos que antes guardaba en el clóset. El siguiente paso es darle combustible al hombre blanco para ser implacable con las minorías a quien teme. No es casualidad, que dentro de sus fanáticos estén grupos supremacistas desde el Ku Klux Klan, grupos neonazis, u otros con etiquetas menos obvias, disfrazados detrás de valores “cristianos” y nacionalistas, pero que igualmente promueven ideales radicales en contra de los extranjeros a favor de la supremacía blanca.
Las señales y las advertencias para el pueblo estadounidense han sido dadas. El próximo martes, observaremos cómo esta nación moldeará su destino y afectará al resto del mundo. ¿Prevalecerá la indignación en contra o a favor de Trump? Temo profundamente que de quedar electo, la humanidad habrá retrocedido siglos en sus pasos.