Juan Jacobo Muñoz Lemus
A veces pienso en escribir sobre la situación mundial, o criticar a los políticos, exigir capturas y condenas, o incluso dar soluciones infalibles a la situación del país. Pero como de todo eso no sé nada, sería una opinión a lo sumo animosa. Bueno, de lo que escribo tampoco sé, pero al menos me siento cómodo hablando de cosas íntimas.
En la intimidad hay una lucha interna con la dualidad. En un mismo escenario pueden habitar el cielo y el infierno. Y en medio el hombre modificándolo todo, sin respeto a las leyes naturales. La educación y la moral, sin titubeos, intentan llevarnos a ser civilizados, atentando nuestra naturaleza básica. Cargados de ideas inteligentes y aparentemente válidas, somos impelidos por lo anímico, y nos llenamos de síntomas neuróticos urgidos de alguna cura que nos homologue con los demás.
El experimento humano tiene capacidad de reconocer errores, aunque no sea práctica común el intentarlo por una resistencia indomable. Tal vez para no caer de la omnipotencia a la impotencia, hiriendo así el estatuto narcisista de cualquiera que se niegue a crecer.
Si emociones, talentos y perversiones habitan dentro de nosotros; ¿por qué esperar que algo se materialice afuera para hacernos felices? Si no confiamos en el interior, y nos ponemos en manos de escenarios e imágenes en el exterior que nos tranquilicen; la proyección narcisista, siempre insegura, infantil y esclava de las formas, vivirá atenida a resultados.
Las historias siempre están mal contadas. Por ejemplo, las parejas no son todo el problema cuando hay desencuentros; al menos no la mayoría. Pero cada cosa que ellas hacen, la encajamos en los lugares que nos duelen. Lugares que ya nos dolían antes que apareciera la pareja en nuestras vidas. Ella nos recuerda o nos activa el dolor. Lo mismo ocurre con enamoramientos al vapor; sentimos cosas y las hacemos válidas por no reconocer lo que nos burbujea en el inconsciente. Por eso el amor basado en sensaciones, ha creado un mundo de muchos arrepentidos.
No estoy en contra de las caricias externas, pero pedirles que den reconocimiento y sentido a nuestras vidas, puede garantizar sufrimiento y fracaso. Y el amarás a tu prójimo como a ti mismo, se complica, porque el amor a uno mismo no es el más común de los amores. De allí la inseguridad personal y el egoísmo que en los intentos vinculativos se ponen por delante, cancelando la posibilidad del amor. El que desea ser amado, tiene intereses y son legítimos, pero debe cuidar de no imponerse. Es difícil no caer en las redes de un ego voraz, que sería algo así como entregarle el alma al diablo.
Cualquier visión unilateral perjudica el análisis. Todo viene de tantas direcciones a concluir en un punto de manifestación fenomenológica, que resulta imposible intentar que un solo argumento lo explique todo.
Hacerme viejo ha sido un regalo, todo lo veo más claro para entender que cada vez entiendo menos. La vida me jugó pasadas; de las cosas buenas y bellas me ha dado sorbos. No lloro por lo que no fue mío y prefiero gozar lo que se me dio. Amante de los sueños, la vida era eso para mí y como en los cuentos se hizo realidad. Voy a estar muerto hasta que muera, y vivir seguirá siendo un nacimiento; como salir de la crisálida todos los días. No hay nada literal en lo que digo, pero me faltan palabras para decir lo que siento.
Es un placer conocerse, pero poco a poco, porque si fuera en un solo día, creo que me pegaría un tiro. Y ahora, a hacer cualquier cosa, lo que sea. Menos lo que no se deba hacer.