Juan José Narciso Chúa

Cuántos vinos diera por un rato, si aquellos ratos que uno quisiera que nunca terminaran, aquellos ratos que no responden al tiempo, sino al contenido de su convergencia, aquellos ratos que se pasan volando, aquellos ratos que se desbordan de alegría, de risas, de carcajadas, de memorias, de recuerdos, de anécdotas y de vida.

Igual cuantos ratos diera por un vino, porque al final el vino es un gusto que entretiene, que mantiene, que sacude, que descansa, que enamora, que pervive. El vino resulta ser un centro interminable, una delicia perdurable, un aliento para la memoria, un retiro para el corazón, el vino divierte cuando llega, cuando causa ese estado aletargado, cuando enseñorea la delicia de la vida a través de amistades, que en un rato se congregan por un vino.

Vaya si el rato y el vino no son coetáneos, vaya si no son complementos, vaya si no son cómplices, que alargan los ratos, alegran las almas y encienden espíritus; sin el vino, el rato es minúsculo, reducido, escaso, con el vino los ratos son amplios, difusos, permanentes, gratos.

Cuando el rato provoca al vino, el vino acepta el reto y responde al rato, que cuando se ve empujado hacia más, demanda más vino, para seguir, y el vino al ver lo grato del rato, despide sus aromas y delicias espirituosas, para dejar al rato lleno de felicidad en un espacio en donde el tiempo es roto por el rato y el vino se aprecia de ser ese catalizador de espíritus del dios Baco.

Brindemos por el rato que el dios Baco nos provee con el vino, y el que vino al rato seguramente se irá boato, pues el rato y el vino son complementos de pactos, alegría de timoratos, y gusto de mentecatos. Salud por el vino, salud por el rato, que el vino florezca y el rato entretenga.

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