Raúl Molina

Una consecuencia funesta de la represión en Guatemala a partir de 1980 fue el cercenamiento de nuestra capacidad de brindar solidaridad a otros pueblos. Aún bajo la dictadura militar conducida por Lucas García y ya habiendo sido asesinados Fuentes Mohr, en enero, y Colom Argueta, en marzo, el pueblo guatemalteco salió a las calles a celebrar con cohetes y música el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979. Casi cuatro decenios después, las y los guatemaltecos somos indiferentes ante los problemas de otras sociedades. Hubo inacción ante el golpe de Estado contra Dilma Rousseff y nos cruzamos de brazos hoy ante el ataque de la derecha y Estados Unidos contra Nicolás Maduro. La prensa nacional e internacional ha enturbiado de tal manera los hechos que la clase media se ha quedado paralizada. Más grave es nuestro silencio ante lo que sufre el hermano pueblo hondureño, pese a que cuando Guatemala soportó el terrorismo de Estado, a partir de 1980, amplios sectores de la sociedad hondureña, no obstante vivir bajo régimen militar, acogieron a exiliados y miles de refugiados y nos apoyaron en la resistencia. Hoy no se dice ni hace nada frente a la continua represión del gobierno hondureño, en contubernio con la oligarquía nacional, la clase política dominante, las empresas extranjeras y Washington. Más de cien líderes del movimiento social fueron asesinados, en acciones conjuntas de integrantes de las fuerzas de seguridad y sicarios, antes de que los “poderosos” de Honduras asestaran su “golpe maestro” con el asesinato de Berta Cáceres, con la intención de detener y acallar a COPINH. La reacción nacional e internacional a este verdadero “magnicidio” obligó a Estados Unidos a exigir que se actuara contra el viceministro del medio ambiente como autor intelectual. Lamentablemente, al mismo tiempo Washington ha premiado a Honduras con ser el único recipiendario en 2016 de los fondos aprobados por el Congreso para la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica. Esta medida de estímulo de Obama se ha traducido, de inmediato, en el asesinato el pasado 18 de octubre de otros líderes, José Ángel Flores y Silmer Dionisio George, y el ataque de la policía contra una manifestación pacífica en Tegucigalpa.

Nos recordamos del comportamiento de Washington frente a la sanguinaria dictadura militar argentina. Mientras que públicamente autoridades estadounidenses expresaban su preocupación por las desapariciones en Argentina, privadamente, Kissinger felicitaba a Videla por su accionar. El centro y la izquierda de Guatemala deben ponerse del lado del pueblo de Honduras y exigir derechos humanos y democracia. No es sólo por solidaridad; es también acción preventiva. El modelo hondureño, basado en la alianza de Washington con sectores de extrema derecha, utiliza la represión brutal para sostenerse. Y pareciera ser el modelo que el gobierno de Obama propone con la “elección” de Jimmy Morales y Jafeth Cabrera. Aunque no funciona, se piensa que con la criminalización del movimiento social y la militarización del país se podrá continuar la “colonización” y, de paso, disminuir el narcotráfico y cesar la migración.

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