Alfonso Mata

Entender el mundo hace un siglo era fácil, se movía con lentitud. En la actualidad no. Los acontecimientos se mueven vertiginosamente y el hombre quiere saber más de los resultados que su dinamismo provoca, en un mundo que constantemente modifica. Lo que antes tenía valor hoy ya no; lo que antes era posible, ahora es punible y viceversa.

Pero parece que políticos y juristas de nuestro medio eso les viene guango, constantemente nos hablan, plantean y defienden un Estado “estático” “inamovible”. Resultado: nuestro Estado actual es una aglomeración de unidades institucionales desactualizadas, separadas, confinadas dentro de balances organizacionales y productivos estáticos, con niveles más bien bajos en la producción, pero altos en el consumo legal e ilegal, mientras a su alrededor bulle una sociedad injusta, clamante, insatisfecha, constituida por grupos en diferentes grados de desarrollo, unidos entre sí solo por una pertenencia territorial y en medio de esa agitación, se vea a donde se vea, no se vislumbra la más leve señal que aproxime algo al cambio, cambio que debería conducir a un mejor bienestar de la mayoría, que de lo único que se alimenta, es de frustración.

¿Qué es entonces el cambio que necesitamos? no es de personas, es de sistema: sus normas, su organización, su funcionamiento, un sistema que a puro chaleco hemos querido sostener durante décadas, a pesar de que no rinde frutos de nada como lo demuestran las demoledoras cifras del paupérrimo índice de desarrollo humano a que hemos llegado como nación, poniendo en evidencia que en las actuales circunstancias, nada puede mejorar y mucho menos desarrollarse y que nos señala con claridad, la causa real de un subdesarrollo que no logra ganarle distancia al crecimiento demográfico.

Así que en los últimos tiempos, asistimos a una desaprobación y rechazo de parte de la ciudadanía contra el Estado, pues no es observable un crecimiento económico, ni de derecho, aunque tampoco de obligaciones, situación que implora y demanda de un proceso de emancipación.

La emancipación de la que hablo, tiene que ver con la forma en que se configura el Estado: ¿de dónde sacamos argumentos válidos para un Congreso formado por más de cien diputados?; ¿en base a qué mantenemos esa cantidad de expertos y técnicos en las centrales de los ministerios y secretarías?; ¿Cuándo se ha estudiado y analizado lo que debe ser una dirección y una organización y el tamaño del Estado para eso, si no sabemos de qué y para qué? Lo que si es cierto es que hemos vivido a lo largo de años, una planificación económica, que ha mostrado ser ineficaz para resolver problemas y que ha actuado paralela y no integrada a una planificación social, política que beneficie al país y a sus gentes ¿dónde están los marcos teóricos y filosóficos para promover el desarrollo, al menos el cambio coherente del mismo para organizar la nación? Ignorar todo eso, no puede más que terminar en aumento problemas sociales e institucionales, como de hecho está sucediendo y lo más risible de todo, el Estado poniendo esfuerzos prioritarios y trabajando y erogando fondos, para controlarse ¡qué ridículo!

Es pues condenable la situación actual y puede aseverarse con claridad, que en esta etapa de consolidación de la democracia, la planeación de todo tipo y casi toda la asistencia técnica, se ha dirigido a los medios sociales de producción que beneficia solo a unos cuantos, manteniendo un estatus social sin cambio. Igualmente la asistencia técnica, la asistencia estatal, en la mayoría de sus formas, rehúye involucrarse con cambios institucionales y de organización social, cuando en esto estriba la mayoría de la problemática. Semejante forma de actuar, ignora los serios perjuicios y problemas que ha causado porque, lejos de ordenar y coordinar los cambios institucionales y sociales, de producirlos de modo planeado y coordinado, los procesos de gobierno se han dedicado a que los acontecimientos ocurran a la ventura, llevándonos a una confrontación cada vez más cercana, producto de los desequilibrios que debilitan el organismo social y estatal hasta tal punto que en la actualidad, una menor presión, puede producir lo que hemos tratado de evitar: un completo desastre.

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