René Leiva

(Mis siete -7- lectores, perseverantes y severos, habrán detectado y procesado las cuatro erratas infiltradas en la entrega anterior -IX-… Digamos.)
La lectura y sus derivados, su dispersión caprichosa, sus digresiones en volutas sobre el horizonte, sus otras floraciones, sus alternadas demencias, sus incomprensibles secuelas, sus cauces detenidos entre parpadeos…

La lectura, a veces, como el otro tejido, la otra tela, entrelazada a pausas con los propios hilos de la escritura, los mismos filamentos del texto. Otra textura. Otro ropaje y alfombra mágica y tapiz o friso movedizo.
La lectura, no obstante ser consecuencia inmediata o mediata de la escritura, del texto, también deviene materia prima para su conversión, metamorfosis o incluso alteración perversa…

La lectura, su destilación, o mejor su fermentación, para derivar en otras esencias embriagantes, reposadas en diferentes matraces y redomas… lo que no excluye, en tal labor alquímica mitad emocional mitad intelectual, el sentir, pensar y decir disparates, galimatías, acertijos, diversos juegos más o menos retóricos… con ínfulas doctorales o pontificias como envenenado manjar para neuronas errátiles.

La transmutación de las palabras, los nombres, los conceptos, los pensamientos… para el eventual descubrimiento de pedruscos filosofales entre los renglones mansos y acariciables.

Cuántos barquitos de papel impreso levan anclas por la mirada del lector y zarpan echados en la corriente de la escritura ajena. Algunos vuelven.
***
La tiránica aunque dialéctica conciencia del buen ciudadano don José lo pone en una implícita disyuntiva: imperativos moral y social/obsesiva búsqueda transgresora. Y tal repentina coyuntura lo torna individuo un tanto misterioso para esa sociedad en conserva. ¿Cuánto retribuye la sociedad el supuesto sacrificio de la individualidad, o más exactamente del individualismo pasajero, si de retribución se tratase el ser consecuente con el prójimo colectivo, el ser y estar adaptado a la selección social-institucional?

Don José, escribiente público y anónimo de moléculas o diminutas semillas de biografías ajenas… Biografías con potencialidades atróficas, estériles, anónimas, polvo de olvido.

Y no obstante ser don José coleccionista secreto de vidas y milagros de celebridades mediáticas que lo hacen más de menos, más de nadie, más de casi nada.

Todos los nombres, equívoco nombre de libro, austero páramo de nombres, la totalidad en la unidad; todo, en abstracción del espacio y el tiempo, concentrado en uno, y ese uno, único, devenido en casi nada… La potencial pluralidad del individuo… Las mil y una noches, en un solo sueño, de la medianoche al alba.

Todos los nombres, regular formato, libro de las omisiones. Omisión de lo superfluo. Ascetismo en la escritura, ascetismo en el plural. La ascética aventura del autoengaño. La engañosa aventura del esceta.

Artículo anteriorEl camino de las reformas constitucionales (III)
Artículo siguiente“Si Orlando Blanco quiere a sus jardineros…”