Alfonso Mata
¿Cuál es el mandato político? ¿A quién debería servir el político? Las respuestas que usualmente tenemos a esas preguntas no son suficientemente claras ni precisas. Puesto que la política tiene conexiones bastante íntimas con capitales y poderes, con la abundancia y la miseria, no es sorprendente que hoy exista tanta incertidumbre con respecto a la meta del hacer gobierno. De hecho, no podemos confiar en los objetivos del político actual, ni de su forma de armar gobierno.
Los criterios morales del político tienen doble ascendencia: desde los griegos se conoce que su deber es cumplir con el pueblo y desde los romanos que no debe hacer daño. La primera es igualmente el ideal de un gobierno, pero en la segunda se incurre en falta constantemente.
La vida de una sociedad es conflictiva, a menudo el político y el gobierno guatemalteco afectan formaciones sociales de diferente índole. El político -se suele decir- sí genera concesiones y privilegios de explotación, daña la tierra y el desarrollo de comunidades; sí no las da, daña la economía e intereses de algunos que le ayudaron a subir y deja de ayudar a los necesitados. Vemos entonces cuán espantosamente son los fallos morales políticos, al ponerse en práctica ante una realidad social excluyente.
Por otro lado, en la sociedad, la mayoría de niños y adultos dan por hecho de que existe un Dios que atiende sus oraciones y solicitudes. De igual forma, desde pequeños, los niños y las niñas suponen que sus padres y sus maestros son buenos y si ven lo contrario, prefieren creer que son ellos los malos. La creencia de que los políticos son los agentes de los intereses del pueblo que los eligió por encima de todo, está entonces más que justificada por la «costumbre», y constituye una forma alienante, de resolver problemas. Cuando una población está enferma social y políticamente, es porque está pobre en muchos sentidos, está en mucha desventaja contra el grupo poderoso y, en la lucha por su sobrevivencia, acaba inevitablemente dependiendo de alguien: gobierno y políticos.
Tal relación de dependencia, está implícita en las situaciones de relación entre sus necesidades y lo que le ofrece y le da el gobierno, ya que la población teme por su sobrevivencia y de los suyos y esa dependencia, se vuelve no solo dramática sino también inconsecuente. En general, cuanto mayor es la dependencia, mayor es la necesidad de mantener la figura de depender, y eso debilita a las personas y las poblaciones y las lleva a un doble peligro: primero aumenta su debilidad, y segundo puede ser con más facilidad dañada. Ese hecho brutal se ha venido reproduciendo a lo largo de nuestra historia patria, creando relaciones humanas con muchos problemas, que nos ha llevado a jugar una doble moral social y política.
Aunque los hombres seamos incautos, no podemos en un momento dado soportar tanta incoherencia y eso nos lanzó a las calles; pero muerto el chucho, consideramos que se acabó la rabia y sin embargo nuevamente las mismas y nuevas caras vuelven a lo mismo y la costumbre nos hace adaptarnos a ellos: a una esperanza de altruismo benévolo, que se nos da políticamente a través de programas sociales a los que les concedemos un valor de obsequio y que no viene a ser sino la justificación moral de subordinados a lo «superior» que aunque no resuelve nada, nos mantiene. He ahí el drama de la subordinación, que se da aun contrario a los hechos: poblaciones pobres en todo el sentido humano, cada día engrosando sus filas con más hombres y mujeres, llenos de pasiones por controlar y ser controlados para cumplir más con un código consigo mismos que con los demás y es por eso que nunca hemos pasado de ver y entender el gobierno como una entidad paternalista, descargando en ese concepto, nuestra responsabilidad en otros, de construir nuestra sociedad. Esa es la triste forma en que entendemos autoridad y autonomía, volviéndonos esclavos de nuestras propias creencias «la de un gran experto (gobierno y políticos) que puede administrar grandes remedios» sin entender que esa forma de pensar, nos ha hecho a unos y otros adversarios, ante una realidad espantosa: carencia de aptitudes y actitudes para generar desarrollo.