Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

El poder que le damos a las jóvenes, además del acceso a la educación, salud y seguridad, debe salir de la profundidad de su alma, donde ésta encuentra su valor y su potencialidad para su constante crecimiento. Este valor lo llamamos autoestima.

Empoderar a las niñas equivale a un mejor futuro para todos. El 11 de octubre se conmemoró el Día Internacional de la Niña, con el objeto de promover su desarrollo y el cumplimiento de sus derechos humanos, de acuerdo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

El autoestima, o bien, el amor propio, nace desde el vientre materno en donde durante nueve meses esta nueva entidad escucha los latidos de su madre y se nutre a través de un cordón y luego de su leche. Al salir al mundo se desarrolla adentro de un círculo íntimo en donde el padre le proporcionará los elementos esenciales para que ella se sienta segura para enfrentar la vida. La niña que recibe amor desde su infancia tendrá todas las posiblidades de desarrollo, mientras que aquella que ha sido olvidada, abusada o maltratada, se quedará atrapada en la invisibilidad. Lamentablemente, en nuestra sociedad es innegable que existen demasiados casos que se encuentran en esta segunda categoría, quienes para poder reconstruir su ser es necesario proveerles acompañamiento de salud mental y psicológico.

Esto es importante enfatizar, porque los programas que promueven los derechos de las mujeres y las siguen tratando como víctimas, no las ayudarán a salir adelante, si no incluyen un proceso paralelo de emancipación y empoderamiento.

Así como es necesario que los niños tengan permiso de llorar, las niñas deben poder realizar tareas que tradicionalmente competían a los hombres. En un mundo sin fronteras, globalizado y tecnológico deben tener acceso a juguetes que les inviten a la curiosidad, a la experimentación, a la construcción, a llevar su creatividad a alturas desconocidas, porque mientras más roles aprendan a jugar, más equipadas estarán para enfrentar cualquier reto. Si criamos a princesas mimadas, indudablemente pagarán el precio en su edad adulta. Si las criamos en ausencia de afecto, carecerán de autoestima y serán vulnerables a caer en el abuso y maltrato en el futuro.

En nuestro país, las niñas siguen estando en clara desventaja: desde estereotipos que les exigen quedarse en casa y cuidar primero al padre, los hermanos y luego al marido, hasta en el campo laboral, donde deben competir con los hombres por los mismos puestos, pero con salarios inferiores. Debemos salir a decirles lo valiosas que son para el crecimiento de Guatemala, porque la mayoría todavía no lo sabe. La sostenibilidad del mundo dependerá de incluir a este 51% en la toma de decisiones sobre los temas trascendentales -conflictos sociales, medio ambiente, movilidades humanas, decisiones políticas, etc.-. Esto no sólo es bueno para ellas, sino que nos dará un mundo más equilibrado en la solución de nuestros problemas.

Promovamos un amor hacia las niñas y adolescentes que les permita crecer con seguridad en sí mismas, para que irradien con su luz el entorno que las rodea, convirtiéndose en las futuras líderes políticas, funcionarias, juezas, empresarias, maestras, deportistas, profesionales, científicas, inventoras y madres del futuro.

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