Coyunturalmente, Guatemala se encuentra en la suma de procesos judiciales por mal uso del poder, corrupción profunda, el reordenamiento de los poderes paralelos y los temores de los sectores tradicionales. Todo ello, con una sociedad urbana que no sabe si es más cómplice o víctima y una gran mayoría de la población en pobreza y pobreza extrema que solo puede pensar en pasar el día comiendo lo que se pueda.
Cada día parece más claro que aquel sentimiento encendido que empezó en abril del 2015 a favor de la imposición de la ley era solo cuando aplicaba a otros. El apoyo a la lucha contra la corrupción era solo válido cuando se atacaban las mañas de los otros, pero no de algunos de los que protestaban.
Terminó el año sin que hubieran cambios de verdad en el área política porque el Congreso quedó integrado un poco peor que el anterior y porque el Ejecutivo está demostrando que cualquiera, corrupto y ladrón, incapaz o una vieja política experta en la manipulación y el chantaje, llevarían al país por el rumbo que mantiene por décadas. Y qué podemos comentar de las Cortes que descaradamente se quitan la máscara para garantizar que la impunidad sobreviva.
Pero lo que sí tenemos claro es que ahora todos hemos visto al menos una parte de la profundidad de los niveles de corrupción del país. Ahora todos entendemos que no es solo el gobierno de Morales, pues igual son Pérez y Baldetti, Colom Torres, Berger, Portillo, Arzú, De León, Serrano y Cerezo. El sistema entero está diseñado para funcionar con las prácticas de la corrupción y el poder paralelo.
Y la sociedad urbana parece que ha decidido que sí, que estamos mal, pero que es mejor seguir con esos males que enfrentar el dolor del cambio. Ahora que sabemos que necesitamos estructuras más sólidas en las instituciones para fortalecer el funcionamiento honesto y eficiente del Estado, la polarización se empieza a notar de nuevo para que no se pierdan más privilegios de los que ya se han perdido algunas cúpulas y grupos operativos.
Por supuesto, sin tomar en cuenta las necesidades de una población que al final del día es la única víctima del sistema: los verdaderamente pobres que, por hambre o víctimas de las zonas rojas, son los que ponen los muertos a diario.
Es preocupante que la cantidad de problemas que enfrenta el país, se limiten a que ni haya una discusión formal y profunda de las necesidades del Estado porque los diputados se preocupan por su antejuicio o los poderes fácticos temen perder el control de las Cortes.