René Leiva

A veces leer comporta un sutil contrasentido al comparar, entre líneas, contexto escritura-contexto lector… Aunque dicha paradoja implica suspender – -que no negar- – el entorno histórico-social mientras persista la lectura, no importa su duración ni sus pausas.

A veces se lee con los ojos cerrados al horizonte más próximo; con la luz apagada en el cenit de los renglones reflejos.

¿Leer es huir, escapar, evadirse, pasar a otro lado? ¿No es, también, llevar consigo todo el equipaje emocional, espiritual, sensitivo, perceptivo, alojado entre los párpados interiores y aquel horizonte estacionado?

La lectura vívida de una aventura está más allá de las palabras y los héroes.

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En el ánimo de don José ya está recorrida la mitad del itinerario que traza su búsqueda infractora, en sus expectativas y ansiedades, en los recovecos de su imaginación anegadora del inútil encuentro con ninguno, con casi nadie.

La Conservaduría General del Registro Civil, su contextura burocrática, su jerarquía, diseño, mobiliario, horarios, como una alegoría o metáfora austera, de carne y hueso, del reino de Dios o reino de los cielos, en que de todo se lleva control y registro, una memoria de los actos (y nombres) humanos. Memoria de siempre para el ulterior olvido.

Esa Conservaduría, signo de la institucionalidad depredadora y emasculadora, ella misma escamoteable, burlable su rígida hipocresía, destapables sus mezquinos secretos, alumbrables sus más altas y enrarecidas sombras polvorientas.

En el ánimo de don José, ese delinear la eventualidad de lo presentido-esperado, hacer de cada paso azaroso un mojón para nadie más, para ningún otro.

El azar como piloto invidente, necesario de los predestinados a la aventura que busca apaciguar el deseo, escoltar la soledad, templar el espíritu.

(No hay aventura sin descubrimiento total o parcial del sí mismo, del mí mismo, de mi identidad, de quien soy, de mi yo-ego…) Descubrimiento, que no conocimiento.

El diálogo o coloquio intermitente que ocurre en los adentros o fuero interno de don José, contradictorio y dialéctico, permisivo e intolerante, escabroso y ameno, baladí y profundo, redundante e inédito, decadente y auroral, olvidable y memorable, severo y tolerante, juez y cómplice, pleno de parches y puntadas… puntadas y parches de un cortinaje, tapiz y alfombra: el hilo de la memoria y la aguja del olvido.

La aventura de un no-aventurero que va en contra del olvido, que lleva la memoria como un estandarte escondido, que devora los indicios del camino, ese camino que es él mismo.

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Nota personal (?). Octubre 1986 – Octubre 2016. Treinta (30) años en La Hora. Cuántas horas. Media vida en esta tercera estación. A saltos, un tanto en el vacío. Amor al arte, que le llaman.

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