Luis Fernández Molina

Para el cambio de siglo Larrazábal era reconocido como una autoridad en teología y otras ciencias. De apenas 31 años, ya era doctor en Teología y Derecho Pontificio, rector del Sagrario de la Catedral, secretario de Cámara del Arzobispado. Por las circunstancias externas logró figurar en la historia. Le tocó al joven intelectual vivir en una época que habría de marcar el destino de muchos pueblos y naciones; pocos momentos históricos tan cortos han sido tan convulsionados y decisivos como esas dos primeras décadas del siglo XIX. Para entender sus logros es menester asomarnos a la obra que se estaba desarrollando en el escenario mundial, especialmente en Europa.

El referente más próximo es Napoleón. Después de las convulsiones de la Revolución el pueblo francés aceptó someterse al poder del joven corso que ofrecía la restauración del orden y de la dignidad nacional. En sus afanes imperiales Bonaparte se lanzó a la conquista de los territorios vecinos, entre ellos sus vecinos del sur: España. Era entonces nuestra metrópoli; como colonia de ultramar, formábamos parte del imperio español. Podemos decir que Napoleón nos invadió. Impuso como rey a su hermano Don José Napoleón, quien en 1808 convocó a una “Junta Nacional” en la ciudad francesa de Bayona y como “Rey de las Españas y de Las Indias” promulgó la Constitución de Bayona que formalmente nos rigió por pocos años.

Aunque no tuvo realmente vigencia en medio de las constantes batallas tuvo el único mérito que rompió el molde de constituciones monárquicas rígidas y rancias y marcó un cambio de ruta que habrían de inspirar a posteriores constituciones. La resistencia española nunca la aceptó y el Consejo de la Regencia de España, en nombre del depuesto y abdicado rey Fernando VII, convocó por su parte a representantes de todas las Españas para reunirse en la sureña ciudad de Cádiz –hasta entonces único territorio libre del dominio napoleónico–.

La Audiencia de Guatemala nombró a sus delegados quienes hicieron largo viaje, aunque llegaron casi al cierre de los debates. Por Guatemala se eligió –por sorteo–, a don Antonio Larrazábal quien llegó a ser nombrado Presidente de esas Cortes; hubo también representantes por Costa Rica, Nicaragua, San Salvador, Honduras y Chiapas.

Mientras cavilaban los diputados las batallas continuaban y se estaban imponiendo las armas españolas. El pueblo acogió con mucho júbilo la nueva Constitución que fue emitida el día 19 de marzo de 1812, día de san José, por ello se le conocía como “la Chepa” –de allí el grito de ¡Viva la Chepa!–. Era una Constitución “moderna”, de avanzada, que establecía una monarquía constitucional frente al absolutismo real, consolidaba la representación popular de las Cortes. Por esa razón cuando se expulsaron definitivamente a los invasores franceses Fernando VII –el rey Felón– reasumió plenos poderes y lo primero que hizo fue repudiar esta Constitución de Cádiz. Fernando, rey poco aceptado quiso restaurar el absolutismo y se ensañó contra los diputados que habían osado limitar su divinos poderes; entre ellos don Antonio quien en 1814 fue condenado a 6 años de prisión, los primeros en Cádiz y luego en el convento de Belén de donde salió libreen 1820. Al recobrar su libertad fue elegido, nuevamente, Rector de la Usac y un año después figuraría como uno de los próceres de la independencia. Con la unión a México fue nombrado representante por Guatemala. Igualmente fue nombrado delegado centroamericano ante el Congreso Bolivariano de Panamá de 1826.

Los textos religiosos debían llevar su aprobación. Fue rector universitario y catedrático, diputado y político. Un gran personaje a quien la historia ha regateado justo reconocimiento.

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