Juan José Narciso Chúa

“Hola mijo”, era la expresión coloquial con que siempre me recibía y yo sentía ese cariño especial que emanaba de su persona hacia mí y que era completamente recíproco. Posiblemente nunca tuve con ella una relación de madre a hijo, como es usual o normal, pero en términos de sentimientos era así, me quería como un hijo y yo también la tenía, como mi segunda mamá, así fue esa especial relación con Doña Cony.

Recuerdo la primera vez que coincidimos, fue allá en la sede del glorioso Instituto Nacional Central para Varones, cuando junto con mi mamá, y ella con Sergio Mejía, procedían a inscribirnos en esa inolvidable institución educativa, aquel noble centro de excelencia académica y a partir de ahí nuestras vidas se cruzaron para siempre. Sergio y yo, entablamos una amistad y hermandad imperecedera que perdura hasta la actualidad -se han pasado, apenas, 46 años-, de aquel fortuito encuentro.

Además de estudiar juntos, Sergio y yo empezamos a visitarnos en nuestras casas y con ello se gestó el crecimiento de mi familia, más allá de la nuclear, en donde en ese proceso gané ocho hermanos más, cuatro mujeres y cuatro hombres, con quienes crecí, me divertí y aprendí a querer.
Y ni hablar de Don Paco, centro de esa gran familia Mejía Morales, con quien tuve la oportunidad de compartir tantos momentos y anécdotas inolvidables, como aquella noche del violín, escuchándolo con los que quedábamos de la fiesta del casamiento de Sergio, ya en la madrugada y ni hablar también de su gusto exquisito por ciertos artistas que me compartió como el caso de Agustín Lara y la inolvidable Farolito, su favorita.

Don Paco y Doña Cony, fueron parte sustantiva de mi vida, sin duda. No se me olvida Don Paco cuando después de un problema que pasé, me llamó a mi casa, para alentarme y seguir adelante. Inolvidable. Cuando nos dejó, hace ya varios años, nos dejó aquella enorme sensación de vacío, que resultaba imposible de llenar.

Hace algunos meses fui a ver a Doña Cony, teníamos un buen tiempo de no vernos, y al abrazarnos ambos derramamos lágrimas de alegría y nostalgia, volví a sentir el Hola Mijo de siempre y pudimos platicar un largo rato, Mónica y yo, acompañados por la Mona, Sheny Mejía y la vi muy bien, completamente lúcida, sin problemas de articulación de palabras o frases y me sentí contento por ello, pues sabía que ya era nonagenaria. Además, he sido testigo de cómo poco a poco a mi mamá la fue secuestrando esa cruel enfermedad de la demencia senil.

El domingo en la tarde, cuando mis hijas y Sergio me avisan de su fallecimiento, me impactó notablemente, no conseguía contener las lágrimas y así seguí hasta el día lunes que dediqué a acompañarla en su funeral, sin duda una enorme parte de mi vida se fue con ella y con Don Paco.

No puedo olvidar aquella postal cuando Doña Cony y Don Paco cumplieron 50 años de casados y todos los hijos, nietos y bisnietos entonaron juntos la pieza que Don Paco le dedicó a Doña Cony, y que se quedó grabada para siempre “La Escuela del Amor” y que cantaron alegremente todo este enorme grupo de Los Mejía, inolvidable.

Mi más sentido pésame a Nalo (+), Mina, Mona, Lila, Vero, Teto, Juan y Talo, toda una familia más que me otorgó la vida y que hoy me place compartir con los hijos de ellos y sus propios hijos (Doña Cony acumuló 14 bisnietos hasta su adiós).

Con esta nota quiero expresarles mi gran sentimiento de dolor por la pérdida de Doña Cony, para fundirme en un abrazo inmenso y fraterno, con todos ustedes, para brindar por la vida de ella que compartió, con su sabia humildad, con todos nosotros y conmigo en particular. En algún momento podremos recuperar la calma y la resignación para que nuevamente nos juntemos para hacer realidad el nombre de aquella pieza que la Marimba Antigua, le dedicó a esta familia y podamos fraternizar y seguir “de fiesta con los Mejía”.

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