Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

No cabe duda que existe en el país una nueva correlación de fuerzas luego de los reacomodos que ser dieron, sobre todo con el destape del proceso por la cooptación del Estado que evidenció cómo, mediante el financiamiento de las campañas políticas, se realizaba el secuestro de la democracia para que el poder estuviera siempre al servicio de aquellos que ponían dinero para que los políticos no sólo pudieran disponer de recursos para su proselitismo, sino que para volverse millonarios antes de llegar al poder. Esas prácticas serán más difíciles en el futuro, no porque haya más controles, sino porque el juego fue puesto en evidencia.

Pero en la nueva correlación de fuerzas debemos tomar en cuenta que los que durante años manipularon a los políticos son los grandes perdedores porque ahora, ante la indiferencia de la población, los grupos más nefastos de la política criolla, los que en un tiempo fueron considerados poderes ocultos, se han quitado la careta y están reposicionándose gracias al control que mantienen de la llamada institucionalidad del país. Esos poderes controlan no solo el Congreso de la República para garantizar que no se produzca ningún sobresalto por la vía de reformas que les desplacen, sino que también controlan con desplante el Organismo Judicial para demostrar quienes tienen la sartén por el mango y hacen alianza, burda y descarada, con un poder Ejecutivo que se encuentra arrinconado por señalamientos de corrupción que eventualmente tendrían que llegar a conocimiento de los juzgadores.

En estas condiciones el gran poder tendría que ponerse de rodillas para lograr que, finalmente, se exculpe a los suyos que han enfrentado procesos penales por financiamiento electoral ilícito. Ya no son quienes pueden dar órdenes para mantener sus privilegios, sino quienes tienen que ir a suplicar a los poderes que dejaron de ser ocultos para convertirse en descarados, y ello plantea, de hecho, una nueva correlación en las fuerzas.

El problema estriba, creo yo, en que la ciudadanía no ha llegado a entender con claridad que si bien se dio un paso importante hace un año cuando se forzó a la renuncia de Pérez Molina para unirse en prisión con la Baldetti, en el fondo no llegamos a resolver el problema porque el mismo es mucho más profundo de lo que se pensó en ese momento. No llegamos a entender que el vicio viene de lejos y que desde la elección de Cerezo, cuando el poder de Ángel González con la televisión produjo la primera gran cooptación de la historia política del país, venimos arrastrando los mismos vicios y no hemos entendido que nuestra cacareada democracia fue secuestrada en su mismo origen por poderosos sectores a los que Guatemala y los guatemaltecos les importan un comino porque lo único que les interesa es seguir mamando y bebiendo leche.

Cuando se conformó la actual Corte Suprema de Justicia fue evidente la forma en que los operadores políticos del Congreso manipularon todo. Gudy Rivera fue apenas uno de los muchos instrumentos y el resultado está a la vista para confirmar aún a los más incrédulos, que aquí no cambió nada, que nuestro sistema sigue intacto y que el espejismo del cambio apenas sirvió para dormir incautos.

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