Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Un amigo me preguntó ¿y ahora que otra vez se fue el presidente Morales de viaje a quién le queda el poder? Mi respuesta no se hizo esperar -¡el poder lo tiene la delincuencia. Con tan solo dar una mirada a tu alrededor comprenderás por qué lo digo, las tiendas de barrio viven cerrando constantemente porque las maras les exigen el pago del derecho a abrir sus puertas; el Sistema Penitenciario, en vez de tomar medidas drásticas para evitar asesinatos como el de Byron Lima o el intenso tráfico de drogas no ha hecho nada y para colmo, la administración de los estupefacientes los voceros fueron los que retomaron el ilícito negocio ¿y qué decir de la población que, a falta de un sistema de transporte colectivo digno y eficiente, se ve expuesta todos los días a ser víctima de quienes la extorsión la transformaron en la actividad más productiva y rentable en Guatemala?

Conste que delincuentes también son aquellos que ignoran la luz roja de los semáforos; quienes sobrepasan con sus vehículos las velocidades permitidas o que los estacionan en zonas prohibidas, aunque razonen que lo hacen como muestra de su listura, de su poderío o de su inteligencia. Sí estimado amigo, seguí diciendo, -aquí en nuestra linda tierra el que literalmente se baña en pisto utilizando el tráfico de influencias, si es chispudo y se declara culpable, aunque lo condenen va poder disfrutar de libertad y en cinco años podrá repetir sus aspiraciones para ocupar un cargo público. Entonces, ¿quiénes son los que realmente mandan en Guatemala? Claro, no hay otra, son los pícaros y tramposos que andan comprando, pidiendo y consiguiendo facturas, los que contrabandean toda clase de productos o los que pagan mordidas a diestra y siniestra, porque eso de que a partir del presente año estamos combatiendo la corrupción son tortas y pan pintado.

Así es que don Jimmy Morales aunque haya dejado suspendidas las garantías antes de irse a pasear a la ONU, a Colombia o a otra parte del mundo, aquí nos dejó en las mismas, con bloqueos en calles y carreteras; con desastres causados por las lluvias por la inobservancia de normas preventivas; con la elevación diaria del costo de la Canasta Básica; con presupuestos anuales ajenos a la realidad; con ausencia de políticas públicas claras y honestamente definidas; con un sistema de salud cada vez más deficitario, pero atendiendo a los presos, aunque ello signifique la muerte de los pacientes o de quienes los atienden y, como decía mi abuelito, “paciencia piojo que la noche es larga”, que para el cambio efectivo de nuestro inoperante sistema falta mucho camino por recorrer.

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