Claudia Escobar. PhD.
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu
Septiembre, el mes en que celebramos la independencia de nuestra querida Guatemala, es un momento oportuno para meditar sobre el futuro del país que deseamos para nosotros y para nuestros hijos.
Vivir en libertad, sin opresión, ni miedo, con oportunidades de educación y desarrollo, así como tener acceso a la justicia, son anhelos de cualquier ser humano. Cuando en 1821 los líderes de las provincias centroamericanas promovieron la suscripción del Acta de Independencia, seguramente tenían grandes ideales para nuestra región, que los guatemaltecos después de 195 años aún no logramos alcanzar.
Es inconcebible que después de 2 siglos, aún existan millones de familias que en nuestro territorio habitan en condiciones deplorables; sin acceso a los servicios básicos mínimos requeridos para vivir con dignidad; para estos guatemaltecos, la educación es un lujo inaccesible, lo mismo el derecho a la salud y la seguridad. Para todos los guatemaltecos, la violencia nos acorrala y con sus diferentes matices, provoca pérdidas irremplazables. Mientras en el gobierno los escándalos de corrupción son el pan de cada día. Ante esas condiciones, las palabras del poeta Humberto Ak´Abal nos impiden ser ajenos a esta realidad.
“Cuando nací
me pusieron dos lágrimas
en los ojos
para que pudiera ver
el tamaño del dolor de mi gente.”
Hacernos cargo de nuestro propio destino, sentar las bases para vivir en libertad, de forma pacífica, dentro de una sociedad en donde todos los habitantes tengan la posibilidad de lograr un desarrollo integral es una tarea pendiente.
Nuestro país enfrenta actualmente retos enormes que deben ser asumidos con responsabilidad, por las autoridades gubernamentales, pero también por los ciudadanos comprometidos. Sin embargo, estamos inmersos en una gran conflictividad y existen posiciones polarizadas que no nos permiten que progresemos como sociedad.
Hay sectores organizados que se han enfrentado de forma permanentemente, que pueden buscar puntos de encuentro y sentarse a dialogar. Nuestra propia historia nos ha hecho temerosos y desconfiados. Pero podemos empezar a romper esas barreras y darnos cuenta que todos estamos en el mismo barco y debemos remar juntos para avanzar.
Guatemala tiene la oportunidad de cambiar, hace un año festejábamos la caída de un Presidente que abusó de su poder para beneficio propio y de los suyos. En la plaza al unísono nos pronunciábamos a favor de cambios y exigíamos un sistema de justicia que fuera capaz de juzgar de manera imparcial a los corruptos. Hoy la justicia empieza a caminar a paso lento pero incierto.
Por esto es importante que los funcionarios públicos sean conscientes que su labor es servir al país y que si no cumplen con su deber serán sancionados con todo el peso de la ley.
Es necesario que las condiciones que han existido para promover la corrupción se erradiquen de raíz, que no permitamos nuevamente que un gobierno se apropie del Estado para hacer un festín. Esa situación no debe repetirse. Nuestros recursos, nuestros impuestos tienen que ser invertidos para la prosperidad de nuestro pueblo.
Nuestro ordenamiento jurídico debe ser reformado y modernizado, pero las instituciones también tienen que fortalecerse de manera que podamos confiar en que cumplen el fin para el que fueron creadas. Es indispensable que el Sistema de Justicia haga que las leyes se cumplan. Si no apostamos por un país que respete el Estado de Derecho, en que exista certeza jurídica estamos condenados a quedar atrapados en el subdesarrollo.