Oscar Clemente Marroquín
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La fortaleza de Jimmy Morales, que le permitió ganar la elección, fue su presentación como “ni corrupto ni ladrón” para marcar la diferencia con el resto de la clase política del país que la ciudadanía llegó a conocer justamente con el destape de los casos de corrupción tan sonados del gobierno del PP, pero que no fueron ni por asomo exclusivos de los miembros de ese partido sino una práctica común desde 1986 a nuestros días.
Pues bien, ayer esa fortaleza sufrió un duro golpe cuando el mismo mandatario se apresuró a informar que su hijo y su hermano estaban siendo investigados por la CICIG y el Ministerio Público por el caso de la corrupción en el Registro General de la Propiedad, es decir, que tuvieron tratos con Anabella de León, la entonces Registradora, para hacer negocios turbios relacionados con facturas por servicios no prestados y que fueron proporcionadas por la empresa de comida propiedad de un íntimo amigo del Presidente por intermediación de su hijo y su hermano.
El asunto es gravísimo porque, repito, la única fortaleza y razón por la que se eligió a Morales fue porque se presentó como ajeno, absolutamente ajeno, a los vicios de la corrupción y resulta que su entorno más cercano andaba en ese tipo de jugadas desde antes de que su candidatura cobrara relieve por el chiripazo que le deparó la fortuna.
No podemos juzgar al Presidente por actos realizados por otras personas, por muy cerca que estén de él, pero indudablemente que se esfuma la confianza generada en sectores importantes de la población hacia su papel como un ciudadano ajeno a las prácticas de la política tradicional de nuestro país. Menos aún se le podría condenar porque los delitos tienen una responsabilidad absolutamente personal y hasta ahora no se sabe más que la participación de su hijo, su hermano y uno de sus mejores amigos en un hecho que es objeto de investigación por las autoridades.
Pero poco favor le hace al Presidente, por ejemplo, lo que hizo hace muy poco cuando forzaron a renunciar a un diputado para darle lugar en el Congreso a su amigo Melgar Padilla para revestirlo con la coraza de la inmunidad que le permite gozar también de impunidad ante señalamientos formulados en su contra. El Presidente no se puede mostrar ajeno a esa maniobra, sobre todo luego del guiño que ayer le hizo a su protegido cuando se toparon en el Congreso de la República.
En las actuales condiciones el país necesita de absoluta confianza en sus autoridades, y el Presidente tiene que entender que haber salido él en la televisión, antes de que le digan, no pone fin al escándalo como no terminará tampoco con el largo feriado que empieza mañana porque lo que está en juego no es un casito pasajero que en pocos días quedará enterrado entre la abrumadora cantidad de escándalos. Hoy por hoy la confianza en el mandatario es, por lo menos, muy débil y ante los desafíos que se tienen en la lucha contra la corrupción eso es un gravísimo problema.