Luis Fernández Molina

Bien por el despliegue de banderas, los desfiles, las antorchas, los altares y ceremonias. Todo ello se aplaude como una expresión de honrar a la patria. Pero hay muchas otras formas de hacer patria.

Desde hace algunos años algunas empresas comerciales han promovido, en septiembre, productos artesanales que califican con toda propiedad como “productos típicos”. El sábado anterior me llevé la grata sorpresa de ver los anaqueles colocados estratégicamente en la entrada, con un despliegue de arte puramente guatemalteco. Había cuadros al óleo o acrílico, tejidos y bordados, esculturas de madera, muebles labrados, platería de madera, marcos, espejos, bolsas de mujer, elementos de vidrio, figuras de cera (candelas), y muchas artesanías más. Otra empresa –panificadora– vende tazones pintados con motivos típicos: tambores, pelotas de tripa, tecolotes. La iniciativa de estas empresas debe aplaudirse. No necesitan de esta línea adicional para mejorar sus ventas; lo hacen más por un espíritu nacionalista conscientes de la penetración que tienen como empresas, en el mercado. ¿Por qué no aprovechar esos canales para promover productos nacionales? Y los compradores debemos ser consecuentes y comprar algunos de esos artículos.

Y son tres las razones por las que debemos comprarlos: a) Para empezar porque son primorosos, bien hechos. Adquirámoslos pues porque nos gustan, lo contrario sería una forma de asistencia o caridad y no se trata de eso ni es lo que esperan los artesanos; b) otra es por razones económicas a nivel general, ya que con esa compra se está recompensando el esfuerzo e ingenio de un guatemalteco y, desde otro punto de vista, son divisas que no salen del país en compras de baraterías chinas o lujos italianos; genera un efecto multiplicador positivo; un guatemalteco motivado (un marero menos); c) una última razón es que se consolida nuestra afinidad como guatemaltecos pues son símbolos de nuestra identidad, algo que compartimos gustosos los chapines.

En la mayoría de las casas de paisanos residentes en Estados Unidos, Panamá o Chile vemos colgados los cuadros de estampas de La Antigua con el fondo majestuoso del Volcán de Agua, o de una idílica visión del lago de Atitlán, de la gradería de Chichicastenango o de Tikal. O bien artesanías de madera, ya sean máscaras, platos o frutas; textiles que ornan las paredes; candeleros de cerámica, etc. Asignatura aprobada por el chapín que sentimos apego por esos artículos que nos distinguen como orgullosos guatemaltecos. Pero no solo en el extranjero, también aquí adentro vemos esas pinturas, marcos, molduras y otros adornos típicos hasta en apartamentos y casas de lujo. Son artículos que, al comprarlos, los incorporamos al hogar, el hogar de guatemaltecos.

Para nosotros los compradores los precios son muy favorables por cuanto es “barata” esa mano de obra tan elaborada. Si aplicáramos los estándares de otros países del costo de manufactura directa, esos precios los tenemos ridículamente bajos. Algún día se habrá de apreciar y nosotros podemos empezar con ese círculo positivo.

Mi sugerencia final es que pensemos en esos artículos como presentes de Navidad. Especialmente en aquellos familiares o conocidos con quienes el regalo es más un mero intercambio o un compromiso. En vez de estar deambulando a mediados de diciembre buscando una camisa que le quede, un adornito, un juego de mesa, etc.

De hecho compré dos cuadros pequeños, uno de un loro y otro de un tucán. No son pinceles de Maurizio Colombo ni Garavito ni Elmer Rojas,  pero en su primitivismo proyectan mucho realismo, energía y gracia. Los pienso regalar para las fiestas si es que no decido antes quedarme con ellos.

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