María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Desde que inició 2016 los meses se han pasado volando, como que si el tiempo se hubiera vuelto cómplice del reloj para jugarnos una mala pasada haciendo que los instantes que nos restan sobre esta tierra parezcan más veloces. Los días han transcurrido y vemos tras nosotros más de la mitad del año dejándonos casi en la mitad del noveno mes de septiembre, mes en el que celebramos nuestras fiestas patrias.

Desde hace ya muchos años, ha resultado inevitable para mí tener que lidiar con una sensación extraña en el pecho cada vez que estas fechas se acercan. Un sentimiento entre esperanza y tristeza, entre confianza y un profundo pesar porque la situación en el país no pareciera haber sufrido verdaderos cambios, al menos no para mejorar la situación de la población.

Celebramos un año más de independencia, ¿independencia de qué? ¿Independencia de quién? Lamentablemente esa supuesta independencia nunca ha sido tal. Seguimos necesitando de poderes externos para sobrevivir y que desgraciadamente siguen marcando el curso de nuestro destino sin que tengamos la potestad de elegirlo y diseñarlo nosotros mismos.

Se me hace un nudo en la garganta observar cantar el Himno Nacional a personajes cuyas intenciones para con nuestra patria son dudosas y sus intenciones a todas luces son hacer prevalecer su interés particular. Especialmente me duele aquella parte que recita que “¡ay! de aquel que con ciega locura sus colores pretenda manchar”, que no reparan en cantar como una burla a nuestra hermosa bandera llena de las maculas que tantos le han impuesto a su ondear.

Y es que en verdad, en Guatemala se vive una realidad muy difícil de aceptar. Confieso que a pesar de mi amor profundo por mi país y las ganas que me inculcaron mis padres de dejar mi vida e incluso perderla luchando por él, en ocasiones me veo en un gran dilema sobre si vale la pena llegar al fin de mi existencia habiendo perseguido un objetivo inútil o si sería mejor darle la espalda y probar a vivirla con plenitud, seguridad y libertad más allá de los océanos que empapan sus costas.

Mi conclusión sigue siendo que trabajar por mi país y hacer las cosas bien podría ser la única respuesta para dar sentido a mi vida. Creo también que existe una generación de jóvenes y, como en mi caso, no tan jóvenes que estamos dispuestos a dar todo para observar pequeños cambios en el país. Y no me refiero a infestar la Plaza de la Constitución pretendiendo que ese sea la bandera de la ciudadanía, sino a ser verdaderos ciudadanos con todo lo que ello implica.

En las aulas universitarias, hace ya cerca de una década, y en el ámbito laboral he encontrado jóvenes comprometidos, de esos que no se venden a ideologías caducas cuya energía está siendo puesta en función del desarrollo y la libertad.

A pesar de la tristeza que me invade al ver los escasos, o nulos, avances en el desarrollo del país, creo que hay esperanza de tener un futuro mejor. Sin embargo, debemos estar conscientes de que no son las autoridades quienes tienen todo en sus manos, y que requiere un compromiso de todos, de ser y enseñar a ser verdaderos ciudadanos, para que algún día se concrete.
¡Ojalá que remonte su vuelo, más que el cóndor y el águila real! Y en sus alas levante hasta el cielo, ¡Guatemala su nombre Inmortal!

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