Isabel Pinillos
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¿En qué estaba pensando Enrique Peña Nieto cuando invitó a Donald Trump a su país la semana pasada? Eso nos preguntamos millones de latinoamericanos, insultados por una visita del candidato republicano a la región, que se sintió como invitar a cenar a quien te ha escupido en la cara descaradamente.

La respuesta de eso, solo Peña Nieto y sus asesores la sabrán. El resultado fue desastroso para la imagen del Presidente mexicano, a quien sus compatriotas lo tachan de sumiso traidor y de falto de carácter ante el candidato republicano que tanto daño ha hecho a los latinoamericanos, y en especial a los migrantes, desde hace más de un año.

Con las elecciones en EE. UU. acercándose el 8 de noviembre, Guatemala debe contemplar la posibilidad de que Donald Trump quede electo como presidente del país, que es su principal socio comercial. ¿Qué actitud tomará el Estado de Guatemala -opinión pública y gobierno- con un Trump como presidente de semejante potencia?

Regresando al ejemplo mexicano, en su conferencia de prensa, Peña Nieto tuvo la oportunidad de oro de decirle de una vez por todas que México no pagará ni un centavo por el muro; sin embargo, no lo hizo. En cambio, unas horas más tarde, Trump reafirmaba ante sus seguidores en Arizona que “se va a construir un muro” y tras un suspenso agregó “México pagará por él”. No es tanto la construcción del muro físico lo que preocupa, pues existe un consenso de que semejante disparate no es viable. Lo crítico es el muro ideológico que está construyendo, no en base a valores, sino a través de la provocación al odio, el miedo y la indignación.

Pero por más reprochable que parezca la actitud de Peña, esta es parecida a la que están tomando los Presidentes de la región, cuando se nos imponen todas las medidas tendientes a reprimir la movilidad humana. Hemos agachado la cabeza al unísono, y las voces se han vuelto mudas al hablar sobre la protección mínima para los que se encuentran de paso en este gran corredor, afectados por políticas del Plan Frontera Sur enfocado en seguridad de estado, y un Plan Alianza para la Prosperidad enfocado en desincentivar los flujos migratorios, sin atender la protección de vidas, ni detener las violaciones de derechos humanos en contra de centroamericanos. Ante estos planes que han sido diseñados de manera unilateral –aunque se nos traten de vender como “propuestas regionales”–, es irrenunciable exigir una postura mínima inquebrantable para que cada país vele por sus propios ciudadanos. Esa postura mínima se llama dignidad.

Por otro lado, la candidata demócrata tampoco ofrece un futuro prometedor. Aunque ha ofrecido alivios migratorios en su discurso, las acciones del gobierno demócrata en los últimos ocho años dan prueba de todo lo contrario, al registrarse la mayor persecución en contra de personas indocumentadas en la región. No obstante, pareciera que ante la amenaza xenofóbica y racista de Trump, es la opción más honorable para la región, aunque sea solo en lo formal.

A dos meses de la elección en EE. UU., los Presidentes de la región han evadido mostrar una postura frente a esos discursos que dañan tanto a los latinoamericanos que buscan oportunidades en ese país y que ayudan a construirlo. Más bien, parece que el silencio y las cabezas bajas de los funcionarios de Estado se pagarán a un costo muy alto, habiendo vidas en juego. El tiempo se acaba y esas voces siguen mudas, ante el asombro e indignación de aquellos que los eligieron para ser su voz.

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