Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com

Esta semana se presentó en el Teatro Nacional un concierto histórico en homenaje al MAESTRO Joaquín Orellana. Ya era merecidísimo, no sólo por el homenaje en sí y por hacerlo en vida, sino también porque es una forma de dar a conocer la música de un genio, no tengo otro calificativo para él, algo que desde el año pasado, con la producción que hicieron Giacomo Buonafina y Fundación Paiz de la obra Ramajes de una Marimba Imaginaria, y que años atrás hizo también la cineasta Ana Carlos al producir Sinfonía Automática.

Fue precisamente cuando se grabó ese cortometraje que tuve el honor de conocer al MAESTRO Orellana, de apreciar su ingenio, su maravillosa locura y de permitirme sentir, ver y oír la libertad de sus notas, palabras y arte.

Desde entonces, varias veces he visitado su estudio, conversado con él largamente, aunque claro, luego resulta que el tiempo nunca es suficiente para escucharlo. Desde entonces su música me acompaña y desde entonces sé que en este país personas como él, o como el también MAESTRO Efraín Recinos y unos cuantos más, deberían ser más conocidos, más apreciados y mucho más valorados.

No recuerdo bien cuándo se presentó Híbridos a Presión, una obra que rindió también homenaje a estos dos grandes y que llevó a escena, a través del talento del MAESTRO Orellana, textos de Miguel Ángel Asturias, con lo cual, tres grandes, pero GRANDES, se fusionaron en mi recuerdo y seguramente en el de todos aquellos que maravillados de presenciar esa obra.

Agradezco este tipo de experiencias, la obra, el disco y el concierto porque permiten que nuevas generaciones, y hablo de niños, puedan conocer y por ende sentirse orgullosos de los artistas que hacen que Guatemala sea reconocida a nivel mundial y que con su talento motivan a buscar la excelencia.

El año pasado, justo cuando Ramajes de una Marimba Imaginaria salió a luz, este hombre extraordinario, que se pierde entre los corredores internos del Teatro Nacional, invitó a mi hija a conocer sus útiles sonoros, su magia, su grandeza y su humildad, una característica impresionante en un ser tan dotado.

Hoy, luego de rememorar todo esto, y mientras escucho Émulo Lipolidón, sólo quiero darle las gracias por existir, por darnos tanto, quiero agradecer a la vida por permitirme conocerlo y soñar con que los que me leen y muchos más puedan como yo disfrutar de su maravillosa música.

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