Eduardo Blandón

Comparto con ustedes, el texto con ocasión de la presentación del libro “54 autores de cuento”, editado por Enrique Godoy Durán y Víctor Muñoz. El evento se realizó en el Fondo de Cultura Económica y contó con la presencia de buena parte de los escritores que participaron en la publicación.

Presentar un libro suele ser motivo de júbilo por el simbolismo que refiere a un nacimiento que, en rigor, es más bien la exposición pública de un texto doblemente concebido: en primer lugar, en la mente del escritor y, posteriormente, en la materialización de esa obra a través del papel.

De modo que estamos festejando la vida pública de una obra del espíritu. El acto mediante el cual el escritor alumbra para el mundo su propia experiencia vital para provecho de los lectores. Un suceso que juzgo valiente, pero a la vez imperativo, inevitable y/o forzoso.

Llamo valiente al escritor por la magnitud de su osadía. Esto es, mostrar al lector la índole propia de su ser o dicho más escolásticamente “su propia naturaleza”. De ahí que despojarse públicamente, como lo hace un escritor, mostrando sus carnes, aunque sean muy intelectuales o literarias, no deja de ser un acto impúdico que requiere un valor que no muchos se atreven a realizar.

Impúdico he dicho, no vulgar. Porque el escritor cuando escribe, si no es descuidado, ejercita una estética que cuando se logra, realiza lo que san Agustín llamó el “sermo nobilis” (la palabra noble) que no es más que la expresión de ese “esprit de finesse” al que se refiere el buen filósofo Pascal.

Contemporáneamente, escribir suele ser un ejercicio imperativo. Dicho en términos religiosos, es una especie de vocación ineludible. Un destino fatal. Como el profeta fue elegido para ponerse a la cabeza y anunciar una buena nueva o una desgracia cósmica, el escritor impelido por algún demonio (al mejor estilo socrático), comunica lo que está llamado a revelar.

Llegados aquí ya puedo hablar del libro. La obra que presento está constituida por 54 autores valientes que, despojados de complejos y forzados por demonios internos, gestaron pequeños cuentos para el examen del público que quiera acogerlos. No es un texto unitario, sino una polifonía de voces con intenciones y registros variados.

Eso hace que los textos aborden tópicos diversos: la violencia social, el amor, la injusticia, las experiencias sobrenaturales, el hecho religioso, la fauna silvestre, el heroísmo humano, el candor franciscano y un etcétera que bien vale la pena explorar para deleite de quienes se atrevan a leerlos.

Evidentemente, no todos tienen la misma calidad literaria: los hay buenos, muy buenos, mejores y mejorables. Lo cual es comprensible por la cantidad de escritores que participaron en la obra.  Con todo, esa diversidad puede ser provechosa para el lector para calibrar gustos e ir ajustando nuestro paladar literario.

Estimados amigos, quiero felicitar una vez más a Victor Muñoz, Premio Nacional de Literatura y a Enrique Godoy Durán, intelectual curioso, escritor y promotor principal de esta iniciativa, por el trabajo realizado y el impacto que producen en el mundo literario con obras como esta.

Los invito a leer el libro y a celebrar este nacimiento para provecho de los lectores de nuestro país.

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