Luis Enrique Pérez

Señor Presidente de la República, Jimmy Morales: en un reciente acto religioso público usted lloró y, aparentemente, dijo: “No es la primera vez que lloro preocupado por mi país. Hoy lloré, y probablemente no sea la última vez.” También dijo: “Ya no podemos continuar así. Ya no.” Y se dirigió a Dios, en estos términos: “Guatemala te necesita a ti, aquí.”

Señor Presidente: no lo elegimos para que llore. Hay ya un número extraordinario de guatemaltecos que lloran, en la mañana, en la tarde o en la noche, no solo preocupados por nuestra patria. Lloran por el padre, o la madre, o el hermano, o el hijo o el amigo, sepultados en cementerios que se regocijan de la multiplicación de tumbas, y humedecen su tierra con las lágrimas de quienes visitan a las víctimas sepultadas. Si llorar fuera causa de prosperidad, seríamos un país arrogantemente próspero. Y su llorar, Señor Presidente, aunque sea llorar presidencial, no contribuye a la prosperidad de la patria.

Señor Presidente: no lo elegimos para que llore, sino para desempeñar las funciones que le manda cumplir la Constitución Política de la República. Las primeras son “cumplir y hacer cumplir las leyes”; “proveer a la defensa y a la seguridad de la Nación, así como a la conservación del orden público”; “ejercer el mando de las fuerzas armadas de la Nación con todas las funciones y atribuciones respectivas”; y “ejercer el mando de toda la fuerza pública”. Evidentemente, Señor Presidente (y disculpe tan excesiva evidencia), esas funciones no se desempeñan con su llorar, aunque los ángeles recojan sus lágrimas presidenciales y las depositen en copas celestiales, como si fueran preciosos tesoros que, estupefacto, Dios debe contemplar.

Señor Presidente: no lo elegimos para que llore y anuncie llorar más. Sus lágrimas son, por supuesto, muy valiosas, porque son lágrimas presidenciales; pero no son valiosas para que usted desempeñe, con angustioso interés, las funciones que, por mandato de la Constitución Política de la República, debe desempeñar. Soy uno de los guatemaltecos que no quiere que usted anuncie llorar más, y hasta pretenda enriquecer, con sus lágrimas, el agua de los ríos más caudalosos del país, sino que quiere que usted prometa desempeñar, con asombrosa eficacia, sus funciones propias, aunque jamás llore y, por ausencia de sus lágrimas, se extingan todos los ríos del país.

Señor Presidente, no lo elegimos para que llore más, y le diga a Dios que lo necesitamos (a Dios, no a usted) aquí mismo, es decir, en Guatemala. Conjeturo que usted ha dicho a Dios que lo necesitamos aquí, en Guatemala, para que resuelva los problemas que, como Presidente de la República, le compete resolver a usted. Empero, durante la campaña electoral, jamás usted dijo que si Dios estaba aquí mismo, en Guatemala, usted ejercería eficazmente la Presidencia de la República. Hubiera sido más honesto desistir de ser candidato presidencial, y proponer la candidatura de Dios mismo, quien, indudablemente elegido, se ocuparía de desempeñar, con divina diligencia, las funciones que le competen al Presidente de la República.

Señor Presidente: no lo elegimos para que llore porque le preocupa nuestra patria. Ni su mera preocupación ni su dramático llorar lo convierten en un gobernante eficaz. Quiero decir que esa unidad de llanto y preocupación es inútil. Puede conmover y suscitar un piadoso sentimiento, y hasta puede ser aplaudido por tan excesiva preocupación, y por la milagrosa hazaña de haber llorado; pero gobernar no es cuestión de preocuparse, llorar y conmover al ciudadano. Tampoco es cuestión de acusar implícitamente a Dios, por no estar presente en nuestro país para resolver problemas que usted, por mandato de la suprema ley, debe resolver. Es cuestión de ser estadista, es decir, competente para gobernar.

Post scriptum. Señor Presidente Jimmy Morales: si usted cree que su preocupación, su llanto y su clamor por Dios contribuyen al bien del país, le ruego multiplicar sus preocupaciones, llorar cotidianamente y esperar que Dios, disfrazado de político, se presente en el Palacio Nacional, lo destituya y lo designe decorativo conserje palaciego.

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