Arturo Martínez

Los países desarrollados normalmente proponen a la ciudadanía lo mejor de los suyos para ocupar el cargo de Presidente de la República. Saben que es la mejor carta para ganar las elecciones, pero saben también que el país necesita gente capaz, apta, con conocimientos y experiencia sobre cuestiones políticas de Estado y de nación, con vista a la realización del bien común. Es decir, son aptos para gobernar, si bien hay sus excepciones.

En los países subdesarrollados como el nuestro, se puede decir que la excepción es la regla, tal es el caso, entre otros, de nuestro gobernante. Todos los países necesitan de alguien que lleve el timón del Estado y la nación, que dirija a los funcionarios que hacen gobierno, que los guíe, que estos sepan que el piloto conoce perfectamente la nave y ante todo el rumbo que se ha fijado para llegar a buen puerto. El capitán sabe cómo sortear las dificultades y hacerles frente con valentía, coraje y sabiduría. Es realmente un estadista. Por el contrario, cuando el capitán no sabe nada de nada, lo más seguro es que la nave zozobre y todo el mundo se vaya a pique, salvo que la tripulación y los pasajeros hagan algo para salvarla.

Nuestro Presidente, gracias a que tenía un programa cómico de televisión se acostumbró a hablar frente a las cámaras, lo que le sirvió de mucho en su campaña presidencial. Hablaba y hablaba como los políticos demagogos, sin ningún contenido, palabras que siempre son vacuas, pero que sirven para embaucar al pueblo ignaro, como siempre. No tenía –ni tiene- un conocimiento de la cosa pública; no había tenido un cargo público que le permitiera a la ciudadanía conocerlo. En la campaña electoral y en los “debates” hablaba con cierta soltura y acudía a un su mamotreto que no decía nada, pero que él lo enseñaba como programa de gobierno. Otra ventaja a su favor de la que se valía era el no pertenecer a la clase política vieja y marrullera, por lo tanto el eslogan “no soy ladrón ni corrupto” le venía como anillo al dedo, tanto más que la gente estaba hastiada de dicha clase política, por lo que probar algo nuevo era una oportunidad. No se daban cuenta los potenciales electores que un candidato a la máxima magistratura tiene que ser necesariamente un político y un político de carrera que se comprometa enfrentarse a la clase política corrupta, para que, en primer lugar, proceda a limpiar la casa. En fin, la presidencia le cayó como maná del cielo.

En países desarrollados no sucede este fenómeno porque la gente le pide y le exige al candidato que demuestre qué es lo que tiene. Es decir, cuáles son sus programas de gobierno, cómo y con qué los va a realizar, quiénes son los políticos que lo acompañan y, desde luego, debates de fondo; ante todo no tener un pasado oscuro y con base en todo ello ganarse el voto mayoritario. Es el principio mínimo del ejercicio de la democracia.

A consecuencia de esa inexperiencia política e incapacidad de gobernar no vemos ni sentimos que haya presidente y cuando por fin sale a dar declaraciones lo hace a su modo, reflejando una total ignorancia sobre la democracia y sobre asuntos de Estado, sin darse cuenta que los periodistas son los comunicadores y voceros de las personas sin voz; rehúye las preguntas o las contesta de manera prepotente y arrogante, en forma totalmente inadecuada, sencillamente porque no tiene capacidad e inteligencia para sostener un diálogo. Por el contrario, un buen político y estadista aprovecha esas ocasiones para comunicarle al pueblo cuál es su criterio sobre determinados aspectos que son de interés general, haciendo valer su calidad de representante de la unidad nacional. En las actuales circunstancias el pueblo necesita verse fortalecido por un presidente que articule todos los sectores y que ejerza el poder con dureza y convicción para hacer realidad eso que la Constitución  en la apertura normativa indica que el fin supremo del Estado es el bien común y que, desde su promulgación, ha sido, desafortunadamente, lírico.

La aceptación del elevadísimo cargo sin experiencia ni conocimiento, sin políticas públicas, ni equipo capaz y competente, no es sino una falta de ética y una grave irresponsabilidad, una falta de honestidad y un engaño a la democracia, por lo que desde el inicio su gobierno está marcado por el fracaso. Ya se ve en todos los traspiés que va dando, una muestra de esa incompetencia en la gestión político-administrativa. Se desligó irresponsablemente de su partido político y aceptó abiertamente el transfuguismo y otras actitudes que son contrarias a la democracia, todo por la incapacidad de gobernar, cuando no por complicidad, pues con ello obtenía una cierta mayoría parlamentaria.

Países como el nuestro no se pueden gobernar con el signo de la improvisación y la incapacidad porque provoca una constante inestabilidad en todos los órdenes de la vida nacional. Y siendo él un cómico de carrera es el hazmerreír de nacionales y extranjeros. Tiempo es ya pues de reconducir la nave por el sendero de la democracia, después será demasiado tarde.

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