Francisco Cáceres Barrios
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¿A cuántos politiqueros hemos electo para cargos de elección popular que al ocuparlos empezaron a hacer todito lo contrario a sus propuestas electorales? No, no lo digo por el presidente Morales quien de candidato dijo que no iba a poner más impuestos, sino por toda la hilera de presidentes, alcaldes, diputados y tantos más que han llegado a saciar su apetito para llegar a ser todos unos personajes con mucho dinero obtenido del erario nacional. Pero esto mismo ha ocurrido con gente que sabiendo de su incapacidad y una enorme largueza para ejercer cargos públicos, son nombrados y también aceptados a través de nuestro silencio y conformidad, útil para darle nuestro tácito reconocimiento.

Cuando en mala hora llegó Luis Rabbé al Ministerio de Comunicaciones era por todos conocido que había sido colocado en el cargo no por el presidente Portillo sino por los compromisos que este último, ahora delincuente confeso, tenía con el “señor de los canales” quien le había dado la consigna de llegar a ejecutar en tiempo determinado una negociación que bien podría ser la más jugosa y exitosa de su existencia. Y en verdad lo fue. Nos dolió hasta el alma cuando los guatemaltecos vimos cómo con tremendo cinismo y desfachatez se firmaban contratos de obra pública y se cobraban muchos millones de comisión. Pero, nos aguantamos. Sí, también nos quejamos, pero no pasamos de ahí.

Porque para eso hemos sido buenos hasta llegar a la excelencia. Por ello se repitió la historia. Pasado el tiempo ese obscuro y triste personaje de la política guatemalteca llegó a ser diputado. Entonces, cuando nos encontrábamos con los amigos nos abrazábamos para darnos mutuamente el pésame porque compartíamos lo nefasto que llegaría a ser el “representante”. Y pasado el tiempo nos dio la razón. Esta vez no solo fue el cobro de comisiones, se sumó la prostitución de plazas en el Organismo Legislativo que lo llevó a ocupar el tan disputado primer lugar entre los organismos corruptos del Estado, a pesar de las barbaridades cometidas en el Ejecutivo y otro tanto en el Judicial.

Pero vean estimados lectores lo que es la justicia en nuestro país, cuando por fin creímos que iban a encerrarlo, en donde debiera estar por muchos años, nada ocurrió. Don dinero pudo más que todos los deseos de la población por acabar con la impunidad. Ahora, en el extranjero, seguramente se estará sonriendo con la mueca cínica que lo caracteriza, diciendo –pobres estos mis paisanos, todavía no se han dado cuenta que si para algo somos buenos es para quejarnos pero, no para defender nuestros propios intereses, no digamos los de la patria. ¿Quién dijo que eso iba a cambiar?

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