Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Esta mañana leí en elPeriódico que el presidente Jimmy Morales dice que le tiene que encontrar una salida a su problema porque, palabras textuales, “no puedo ejecutar y luchar contra la corrupción al mismo tiempo”. Tomando en cuenta los antecedentes, ya puedo adelantar cómo enfrentará su dilema el Presidente, puesto que se repetirá lo que decidió hacer en el Caso TCQ y privilegiará la ejecución en vez de luchar contra la corrupción.

Inaudito que un Presidente que fue electo luego de una profunda crisis de Estado derivada del destape de la corrupción esté, al día de hoy, con el dilema de si tiene que luchar contra la corrupción. Increíble que la ciudadanía no se dé cuenta que el Presidente que fue electo precisamente por la única razón de que se presentó como adalid contra la corrupción (ni corrupto ni ladrón), hable de esa manera, cuestionando a todos los que le dicen que no ejecute pagos en negocios que son cuestionables y que tienen el sello de la transa.

Guatemala no va a cambiar porque son demasiados los que, como el Presidente, se sienten en un dilema planteado por la lucha contra la corrupción que ha detenido la ejecución de una serie de contratos públicos. Y prefieren, lastimosamente, avanzar en la ejecución aunque la misma tenga que consagrar, otra vez, la corrupción como práctica. Son muchos los que lamentan que ahora haya tanto miedo para hacer negocios porque eso se traduce en lentitud en la toma de decisiones y retardo en la administración pública. No faltan los que, cínicamente, sostienen que era mejor cuando se podía ejecutar sin tanto temor porque, al menos, las cosas funcionaban sin que la economía se resintiera.

Me queda absolutamente claro que para el Presidente la lucha contra la corrupción es una piedra en el zapato porque sólo así se puede entender que tenga siquiera la duda, no digamos el dilema, entre ejecutar o luchar contra la corrupción. El simple planteamiento es muy claro: o se lucha contra la corrupción y por la transparencia, o se ejecutan los negocios públicos observando las reglas de juego que han alentado tanto la podredumbre como la impunidad.

De todas las expresiones desafortunadas que ha tenido el Presidente, sin duda que ésta es la más grave pero también la más explicativa de su papel y de cómo se ve en función de gobernante. Para él es crucial que su gobierno pueda ejecutar presupuesto, a como dé lugar, y que pague a los acreedores aunque eso signifique que hay que honrar deudas inmorales y corruptas. Hasta entidades de dudosa actuación frente a las mordidas y sobornos, como el BCIE, le han advertido que no pague porque en casos concretos hay corrupción y eso le molesta porque él quiere ejecutar, es decir, seguir con la fiesta como venía, reconociendo compromisos por contratos asquerosos.

TCQ no fue un error de este gobierno. Es su marca de fábrica, apañada por unos cuantos que quieren quedar bien con el Presidente de cualquier manera. Y el Presidente debe ser claro; su dilema ya no existe y su decisión es abandonar la babosada esa de la lucha contra la corrupción.

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