Juan José Narciso Chúa

Pie de Lana para nosotros era un personaje de leyenda de quien hablaban nuestros padres y hacían mención justamente a su extraordinaria capacidad de no hacer ruido para realizar sus robos en casas de la antañona Ciudad de Guatemala. Justamente su nombre deviene de su paso silencioso como si caminara con pies forrados de lana, con lo cual resultaba imposible escucharlo y sus faenas de ladrón quedaban como una habilidad muy particular. También contaban que en aquél árbol que se encuentra cercano a la cruz de cemento del Cerrito del Carmen, que ahí fue colgado Pie de Lana por sus fechorías.

Hago este preámbulo únicamente para contextualizar esta anécdota que hoy comparto con ustedes. En los inicios de la década de los setenta, todavía se respiraba ese sabor de pueblo que resultaba todavía la ciudad con sus famosos personajes y leyendas como la Llorona, la Siguanaba, la Siguamonta, el Cadejo y el Sombrerón, así como todavía se recordaba a Pie de Lana o a Miculax, como seres reales que tuvieron un pasado un tanto tenebroso, pero también peliculesco.

Y justamente allá en la 10ª avenida entre 5ª y 4ª calles de la zona 1, justamente a unos metros en donde estuvo una casa antigua en la esquina que se llamaba Floristería Las Acacias y en la otra esquina sobre la misma décima, pero justo en la 7ª. calle se encontraba el famoso Bar Roma, coexistían unos pequeños bares que todavía eran de puertas de madera que se empujaban para entrar o salir del mismo. Eran unos espacios muy pequeños y por demás humildes, uno de estos lugares era el Bar La Cueva de Pie de Lana.

En el glorioso Instituto Nacional Central para Varones se celebraba siempre la fecha de su aniversario que justamente fue el 1 de agosto, motivo por el cual mi hermano del alma Sergio Mejía, me pidió que dejara los temas serios de esta columna y contara alguna anécdota de nuestras vivencias en nuestro querido instituto. Dentro de las celebraciones de esos días se hacía una velada que constituía la presentación de diversas formas de arte, canto, poesía, música, en el recordado salón de actos del Central.

En esos días un grupo de amigos, además de participar de todas estas celebraciones, compartíamos ya una enorme amistad desde que ingresamos a estudiar en nuestro Central querido y recordado, pero como buenos patojos también hacíamos nuestras travesuras y una de ellas fue movernos a un lugar donde pudiéramos «cruzar los sables», bajo la tutela del dios Baco, y así fue como llegamos a la Cueva de Pie de Lana. Como dije, un bar humilde, pequeño y en el cual había pocos beodos ese día, entramos ahí Sergio «El Muñeco» Mejía, Víctor Manuel «El Pato» Mejía Oaxaca, Jorge Luis «El Ganso» Morales (+), Quique Álvarez Mancilla quien iba una promoción adelante de nosotros y era conocedor de aquellos cigarros que dan risa como dice Arjona, Carlos Monroy «El Pelícano» y quien escribe «Chicho» y pedimos el respectivo transparente elixir, Venado que le decían y le dicen.

Recuerdo que costaba más barato tomárselo en la barra, que no era más que un mostrador en donde cabrían cuatro personas apretadas, que ser servido en las mesas, así que la decisión de estudiantes gafos o sin plata, pues pedimos en la barra, justamente apenas que empezábamos a disfrutar del momento y apenas diciendo «salud», cuando aparece un grupo de policías de la antigua Policía Nacional y penetran con lujo al recinto, que incluía unas cuatro mesas pequeñas, unos cuantos colegas bebedores, un charita perdido, el aserrín disperso en el piso de la cantina y una rockola al fondo. Siendo unos patojos todavía, el susto fue mayúsculo, pues para algunos representaba el primer trago en la vida, así como la primera visita a un bar, a ello sumaba la preocupación de nuestro amigo Quique, por sus «otros gustos», lo cual nos dejaba en una situación delicada. El Ganso y quien escribe nos fuimos acercando poco a poco a la puerta y uno de los policías se había parado ahí cubriendo cualquier salida, cuando nos asomamos, se nos quedó viendo y sonriendo nos dijo «ni lo intenten patojos», pero luego ya riendo al vernos espantados, añadió «no se preocupen, es despistolización», lo cual nos alegró, pero no dejaba de preocuparnos Quique. Al final se retiraron los policías y con el susto en la cara y las piernas temblando, pudimos terminar nuestro encuentro en la Cueva de Pie de Lana, una noche que no terminó ahí.

Por medio de mi columna, quiero expresar mi más profundo pesar por la muerte de dos buenos amigos. Pluvio Mejicanos, un economista que seguramente fue el decano de los Viceministros de Finanzas en el país, por algo su enorme capacidad y experiencia. El segundo se refiere también a mi querido amigo José Luis López «Chepe Tu Madre», un apodo que tiene toda una explicación, un visionario empresario con su Quinta Niza y sus quesos y cremas, con quien compartí gratos momentos de amistad expresados en diferentes etapas de la vida. Descansen en paz Pluvio y Chepe, hasta siempre amigos.

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