Douglas Abadía

En las sociedades modernas la consolidación del capitalismo como sistema económico y político, si bien se considera un hecho, en su seno contiene contradicciones que llevan a pensar que si bien es el modelo vigente, los procesos de revolución y transformación se encuentran codificados en sus propios mecanismos y formas de acción. C.B. Macpherson y Herbert Marcuse, dos teóricos neomarxistas, redefinen varios postulados acerca de las desigualdades y formas de exclusión propias del sistema capitalista, profundizando en las debilidades estructurales del citado sistema, revisando el poder que los medios de comunicación y el consumismo tienen en los individuos, y estableciendo como solución la implantación de un modelo socialista que promueve el desarrollo tanto individual como colectivo, liberando a las masas de la opresión.

Macpherson nos brinda un análisis histórico acerca de lo que él llama “Democracia Liberal”, que no es más que el estado occidental moderno, siendo este un producto del individualismo posesivo, ligado al surgimiento de la propiedad privada y del mercado.

Asimismo, Macpherson nos explica las diferentes formas que la democracia liberal ha tenido y puede revestir, haciendo una crítica de los postulados de varios teóricos liberales, presentando tres modelos básicos en donde se hace referencia a la existencia de un estado proteccionista del mercado, la perpetuidad de desigualdades socioeconómicas, la falta de mecanismos de protección a las masas excluidas, así como el surgimiento de mecanismos de equilibrio político para el sostenimiento de la democracia liberal, que de democrático no tiene más que el nombre.

En nuestro contexto, podemos observar la manera en la que las estructuras políticas y sociales dependen de la estructura económica, lo cual ha provocado que la brecha entre pobres y ricos se haya ampliado en las últimas décadas, con un Estado al servicio de la clase oligárquica, y un sistema de mercado incapaz de generar una redistribución equitativa de los beneficios económicos percibidos, lo que ha producido conflictos intersocietales y una lucha intensa por modificar dicha situación, cuyo fiel reflejo fue la guerra armada interna que vivió nuestro país, y que 15 años después de finalizado el conflicto, siguen sin resolverse las desigualdades estructurales propias del modelo capitalista. Nuestro sistema político basado en una democracia electoral sigue siendo ajustado a las necesidades del mercado, los cambios han sido cosméticos en función de las coyunturas y los tiempos, pero sin contar con un verdadero ideal revolucionario de socialización de los beneficios del sistema económico.

Asimismo, la solución planteada por Macpherson, sigue siendo parte de una utopía en nuestra y cualquier sociedad, pues un sistema piramidal, donde las bases sean las que decidan y con una democracia perfecta construida de idealismos, demostró su bajo nivel de aplicabilidad, quedando solo como teoría desde la caída de la URSS. Aunque no por ello, algunos de los elementos de crítica al capitalismo sean descartables.

Por su parte, Marcuse también hace referencia a las debilidades del capitalismo, pero va un paso más allá de los ideales de Macpherson, posiblemente por la época tan reaccionaria en la que planteó sus principales ideas. Lo más destacable de su teoría es la explicación del “hombre unidimensional”, aquel producto de la cultura de masas, los medios de comunicación, el consumismo y que busca construir un único pensamiento, eliminando todo tipo de crítica y reacción subversiva.

Este hombre unidimensional, además no puede distinguir entre sus necesidades reales y las ficticias, pues termina siendo presa de la cultura capitalista imperante, por lo tanto vuelca todos sus esfuerzos en consumir, consumir productos que siguiendo a Marx no son más que un “fetichismo” de las sociedades liberales, y que para alcanzar ello, el ser humano se vuelve parte del sistema de explotación capitalista, trabaja y sobrevive en condiciones deplorables solamente para satisfacer ese deseo de consumo, que el capitalismo nos ha vendido como lo más importante, y si se sostiene es porque la prosperidad económica regularmente hace imposible una lucha revolucionaria.

Cuando vemos largas filas dentro de una tienda de productos electrónicos o una compañía telefónica provocando una histeria masiva para comprar el último teléfono “IPhone” o “Galaxy”, nos damos cuenta del grado de penetración que ha tenido la cultura de masas en nuestra sociedad, importamos modelos de consumismo y nos adaptamos a la lógica que nuestra felicidad y status social depende de comprar o poseer determinado objeto. Ese “objeto del deseo” degenera en una situación de alienación

Nos damos cuenta que nuestra sociedad está inmersa en un proceso de crítica y autorreflexión sobre el modelo de Estado que se desea construir. En ese sentido, una visión profunda y objetiva de lo que el modelo capitalista ha representado a lo largo de la historia es una tarea imprescindible si se quiere visualizar una transformación profunda del sistema vigente.

El imperativo de reconocer que vivimos bajo una cultura de consumo, un pensamiento unidimensional y bajo la opresión de un modelo de Estado fallido, donde el mercado ha mostrado su incapacidad de reportar beneficios por igual, para de esta forma contar con herramientas validas que nos ayuden a comprender lo que un futuro cercano depara para nuestra nación.

Macpherson y Marcuse sentaron sus postulados en una lógica de crítica al capitalismo, que sigue siendo aceptada y más vigente que nunca en el moderno mundo globalizado. Es decir, el capitalismo tiene a lo interno de su práctica, su propia ruina.

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