María José Cabrera Cifuentes
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No me malinterpreten, no quiero decir que la juventud es hoy menos que antes una etapa determinante en la vida de la persona, en lo individual, y esencial en el desarrollo de una sociedad, desde lo colectivo. No quiero decir que hoy menos que antes, ser joven sea igual a tener sueños, a intentar perseguirlos, a ser idealista, a querer cambiar el mundo. No, lo que quiero decir es que hoy más que nunca, la juventud pareciera ser un obstáculo para, precisamente, alcanzar esos sueños que hemos construido.
A propósito del recién pasado día de la juventud, conviene aceptar que, desde distintas perspectivas, ser joven es hoy en día una desventaja en cuanto a lo que se puede y no se puede lograr pues, por lo general, la juventud es menospreciada en todos los sentidos posibles. No es necesariamente como muchos mayores nostálgicos lo pintan, sino que es una etapa complicada en cuanto a las limitaciones que son impuestas para sobresalir.
Continuamente se escuchan críticas a la juventud, y si bien es cierto que las manifestaciones de la debacle social en que vivimos son más visibles en los jóvenes, es necesario dar una mirada a las causas que generan los fenómenos, en lugar de pretender ofrecer soluciones paliativas y superficiales.
La relativa inexperiencia de la juventud, es frecuentemente un punto en su contra, una limitación para acceder a un puesto laboral o una justificación para tener un sueldo ínfimo o bien, simplemente para hacer de menos una opinión o propuesta por ingeniosa que sea.
Lo anterior es denigrante para todos los jóvenes que sin cesar luchamos por encontrar oportunidades, por abrirnos caminos, por ser tomados en serio cuando nuestras opiniones e ideas, quizá innovadoras, son devaluadas y han sido motivos de mofa para muchos.
En mi caso particular, el no adscribirme a ideologías retrogradas de viejos barbudos, el aborrecer tanto las incoherencias de la izquierda como de la derecha conservadora y cuestionarlas se ha visto como una locura adjudicada a mi inexperiencia. Inclusive, en este espacio he recibido más críticas relativas a mi juventud (siendo lo suficientemente abusiva para seguir incluyéndome dentro de un grupo al que según la ONU desde hace varios años ya no pertenezco) que a mis argumentos, haciendo alusión a mi edad y calificándola como sinónimo de desconocimiento. Lo verdaderamente triste es que jóvenes (o no tanto) como yo que nos hemos decidido a ejercer una profesión y luchar por nuestro país encontramos en nuestro andar una bifurcación que nos hace cuestionarnos si vale la pena tomar ese camino escabroso de tratar de enderezar Guatemala, o sería mejor tomar el otro sendero en el que llegaríamos a una tierra con aires distintos en donde optar por una vida, al menos, más tranquila sería una posibilidad.
Estratégicamente, la juventud es un segmento de la sociedad que debe ser priorizado por el Estado. Brindar las oportunidades necesarias para la realización de nuestros jóvenes es fundamental, así como reducir las vulnerabilidades a las que están expuestos. Sólo invirtiendo en ellos existirá una esperanza para Guatemala que, en lugar de avanzar, pareciera estar siempre más cerca de alcanzar el fondo del abismo por el que desde hace mucho tiempo se desliza. Sin embargo, esas oportunidades generadas deben ir acompañadas también por la valorización de la juventud.
Es hora de empezar a justipreciar a nuestra juventud, a abrir las puertas y permitir labrar caminos. Ser joven no significa desconocer la realidad del país, ni no tener una forma propia de apropiarse de ella. Ser joven no es ser ignorante, no es no saber analizar nuestro contexto, no es no saber sobre nuestra historia, ser joven es no querer repetirla. Las oportunidades brindadas a la juventud hoy son parte de un delineamiento estratégico del desarrollo del país en el corto, mediano, y (sobre todo) largo plazos.