Marco Tulio Trejo Paiz
En varios países del globo terráqueo hay desorden y violencia criminal, pero no se ha desencadenado una guerra propiamente dicha.
Empero, hay desorden, anarquía y espantosos atentados con saldos de centenares de víctimas mortales y heridos.
La peligrosidad es considerable y se atribuyen esos actos de barbarie al Estado Islámico que las naciones poderosas tratan de destruir.
El Papa Francisco dice que en el mundo hay guerra, aunque no declarada como en las dos contiendas mundiales, cuando murieron millones de militares y civiles.
Hay presagios de cuidado; se teme que el uso de armas nucleares no pasa de ser, al menos por ahora, una amenaza contra la humanidad.
Corea del Norte, supermilitarizada, en cualquier aciago momento puede provocar una guerra contra Corea del Sur, donde hay fuerzas militares de los Estados Unidos capaces de reducir a cenizas al país agresor con sus pertrechados contingentes de aire, mar y tierra en defensa de la otra Corea.
Acciones de guerra originarían una terrible destrucción de ciudades y demás lugares de un país.
Hiroshima y Nagasaki, ciudades de Japón, nos dan una idea del incendio destructor de las armas nucleares empleadas por EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial.
La Unión Soviética, encabezada por Rusia, se dedicó a fabricar bombas atómicas para atacar o contraatacar en una indeseable eventualidad.
En esta hora dramática son un serio problema los países que a título de prueba y, asimismo, de advertencia contra el real o supuesto enemigo, puedan estar dispuestos a lanzar los temibles misiles con o sin artefactos nucleares.
Realmente, los terrícolas estamos sintiendo el alma en un hilo porque, como dice el Sumo Pontífice, el panorama mundial da la impresión que es más de guerra que de paz.
Los guerreristas deben meditar profundamente sobre desencadenar hostilidades contra cualquier país, porque en un conflicto mundial, no habría vencedores ni vencidos con los artefactos nucleares.
Quiera Dios, Creador del Universo, disuadir a los estadistas para que ni piensen en una guerra, porque afectaría gravísimamente a toda la bola terráquea.