Jorge Santos

Mi papá nos llevaba al Estadio Nacional, a mi hermano y a mí a presenciar partidos de futbol desde pequeños. Desde aquel entonces se nos enseñó que aquel recinto deportivo llevaba por nombre Mateo Flores y que detrás de aquel nombre, existía la hazaña de un guatemalteco, que había ganado la maratón de Boston, en Estados Unidos de Norteamérica, en 1952. En ningún momento se hacía mención a su origen étnico y por ende impensable conocer su nombre completo.

Este hecho aunque a simple vista pareciera irrelevante, retrata de pies a cabeza a una Nación construida a partir de una ideología racista que invisibiliza a los Pueblos Indígenas y todo lo que de ese mundo provenga. De esa cuenta es que desde la colonia hasta nuestros «modernos» tiempos el menosprecio, la discriminación, la inferiorización del «otro» forman parte esencial de las normas de convivencia que el mundo criollo y ladino ha construido para el sostenimiento de una sociedad clasista, racista y patriarcal.

Ahora el Estado Nacional llevará el nombre completo de aquel deportista que logró la hazaña, para un país que durante décadas invisibilizó su ser indígena. Este hecho ha sido tomado por ese mundo criollo y ladino con estupor y no dan crédito de lo que en este país está sucediendo. Este es un hecho simbólico importante sin lugar a dudas, pero también debe ser tomado en la justa dimensión que representa. Este hecho, de nombrar completamente a Doroteo Guamuch Flores debe ser visto como una pequeña reivindicación de la histórica y valiente lucha de los Pueblos Indígenas y no como una dádiva otorgada por ese mundillo criollo y ladino.

El romper con este mecanismo ideológico del racismo, supone mucho más que el visibilizar el nombre de un deportista que logró con ahínco y disciplina personal ganar uno de los certámenes deportivos más importantes de su época. Romper con la ideología racista supone en primer orden transformar las estructuras económicas sobre las que se asienta la explotación de las personas y el saqueo de sus recursos naturales. Supone eliminar las taras que a partir de esa explotación se han dado como «normales» en esta sociedad.

El Estado guatemalteco para iniciar la senda de transformación debe dar el salto del mero reconocimiento de los Pueblos Indígenas a garantizar el pleno ejercicio de todos y cada uno de los derechos fundamentales que les asisten. Es decir, reconocer y de dar validez en el Sistema de Justicia a la jurisdicción indígena, aprobar y dotar de recursos la Ley de Desarrollo Rural, el impulso de una reforma y transformación agraria, una política pública para erradicar el hambre y la desnutrición, una reforma fiscal en donde el que más tiene, más pague y para que eso pase la desconcentración del poder político que hoy ostenta el pequeño mundo criollo y ladino.

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