René Leiva
¿Quién es ese hijo… desnaturalizado que tortura, explota, expolia, extorsiona, pervierte, tiene secuestrada bajo todo tipo de amenazas a su madre, la madre naturaleza?
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El precio de la libertad incluye buena parte de la libertad.
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Hay quienes no necesitan caballo para usar espuelas.
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Se podría prescindir de la carne en el tamal de los velorios.
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Sucede que lo único de cuanto queda de un ser humano para la efímera posteridad sea lo que éste menos aprecia o conoce de sí mismo.
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No es más fácil romper el silencio que partir el agua.
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Agonizantes por resignada vocación, los poetas no necesitan dejar (otro) testamento.
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Algunas respuestas no sustentan, otras apenas satisfacen, y unas más indigestan.
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No hay verdades eternas; lo que hay son ruinas pobladas por la maleza, las sabandijas, ecos mortecinos y sombras con cojera.
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Despertás, te levantás, y no te das cuenta de que en el lecho alguien sigue soñando tu paso por el nuevo día.
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Érase un pesimista de entraña, lúcido y curioso, no resignado ni amargado, cultivador de un irrenunciable sentido del humor y una cauta y dosificada compasión hacia el prójimo. Ajá.
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Es poco serio e irresponsable negar el calentamiento global y el efecto invernadero, en calzoncillos y degustando un helado.
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–No vuelvas tarde—dijo el padre. –Hasta mañana—dijo el hijo.
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¿Y qué le queda a la vida sino sonreír ante la seriedad con que a sí mismo se toma el cretino?
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Mucha de la pintura moderna escapó del paisaje terrestre hacia el átomo y sus partículas elementales, ante la apagada envidia de las estrellas.
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El creador es el río; la represa es el crítico.
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A muchos no les basta la verdad desnuda: quisieran verla en lascivas poses y, de ser posible, copulando.
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Seudotic (espurio). En la autobiografía póstuma del cipayo, esbirro, sicario, extorsionista, expoliador, exitoso e influyente empresario neoliberal y líder anticomunista, “privado de libertad” por el asesinato del obispo Juan Gerardi, las últimas palabras son: “Fui sorprendido en mi buena fe”.
Engañoso jamás: es menos, no más. ¡Já!