Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Muchos siguen haciendo referencia a la década de 1944 a 1954 como la primavera democrática porque, sin duda alguna, en ella participaron en distintas esferas de la política nacional los mejores elementos del país. No fue únicamente la izquierda con esa pléyade de jóvenes elementos que se oxigenaron al final de la dictadura, sino también la derecha estuvo representada por intelectuales de peso que, desde su ideología, se preocupaban por los asuntos nacionales y participaban en enriquecedores debates que, a partir de la Constituyente del 45 fueron modelo en el respetuoso contraste de las ideas ajenas.

Pienso que cuando se puso fin a la era de gobiernos militares autoritarios que arrancó realmente tras el triunfo de Castillo Armas y la Liberación y que se prolongó hasta el régimen de Mejía Víctores, incluyendo el gobierno de Méndez Montenegro que surge del pacto que le hicieron firmar los mandos militares de la época, hubo una ilusión de que pudiéramos vivir otra primavera en la que destacara lo más granado de nuestra Patria para iniciar la construcción de una sociedad diferente, moderna e incluyente que diera paso a una Guatemala nueva que supiera enfrentar con talento las causas del terrible enfrentamiento armado que nos costó tantas vidas.

Sin embargo, hay realidades que no se pueden pasar por alto y una de ellas es que la derecha y la izquierda del país perdieron a sus mejores y más capacitados dirigentes en el marco de esa guerra insensata que no dejó al país más que unos acuerdos de paz que fueron a morir a los anaqueles inútiles del archivo histórico. Llegamos a la apertura política en orfandad de una dirigencia comprometida y competente capaz de realizar el trabajo de iniciar la construcción de un modelo democrático y en vez de eso surgieron los partidos empresa que negociaron con los poderes fácticos para ganar elecciones una y otra vez sin la menor propuesta ni la menor idea de lo que el país necesita.

Atrás quedó la ilusión de montar la transición a la democracia porque empezó el tiempo de la pistocracia cuando todo se puso al servicio del negocio y bastaba a los candidatos encontrar una frase ocurrente para repetir como loros sin tener interés alguno por planteamientos concretos porque rápido se dieron cuenta que el electorado no andaba tampoco muy preocupado por ideologías y principios y muchos vendían su voto por una camiseta o una cachucha con las siglas del partido que más recursos tenía.

Hoy que vemos al mundo atónito ante el fenómeno de Trump, hombre ignorante que puede ganar contiendas electorales repitiendo barbaridades y sin ofrecen ninguna idea, tenemos que realizar que aquí hemos elegido a gente como él desde 1985, es decir, a ignorantes capaces de usar el dinero para llegar efectivamente a una masa que no se interesó nunca por la verdadera política.

Quienes montaron la guerra nos dejaron huérfanos de los grandes dirigentes y quienes les sucedieron no dieron nunca la talla porque no eran gente formada, intelectual y moralmente, para el desafío. El resultado es esta mediocridad que aterra y que no tiene visos de que vaya a terminar pronto.

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