Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Si el amable lector analiza con detenimiento las causas del sinnúmero de problemas que atraviesa nuestro país, podrá notar que la gran mayoría se deben al reiterado incumplimiento de la ley. ¿Por qué están llenas las cárceles de tanta gente que ahora alega inocencia? Porque dejamos al tiempo exigir que fueran capturados y procesados, porque ignoramos a propósito las barbaridades que cometían, porque nos hicimos los desentendidos o porque permitimos que otros tomaran la decisión que a nadie más que a nosotros correspondía. Ahora, muy cómodos, nos sentamos frente a la televisión, la radio o la prensa escrita a enterarnos tranquilamente cómo van los procesos judiciales, pero no pasamos de criticar al juez para que sea breve, para que no dé tantos detalles para sustentar las decisiones que la ley le obliga a hacer. Pero somos incapaces de menear un dedo para manifestar nuestra complacencia por su rectitud y honradez. Al contrario, sentenciamos que esa es su gorda obligación.

Tengo la impresión que los chapines somos muy comodones. De ahí que los invite a dejar la pasividad. A que hagamos a un lado el miedo para expresar nuestra complacencia porque entidades y personas hayan cambiado de actitud, pues solamente con su buen ejemplo vamos a poder caer en cuenta, algún día, que sin valores y principios vamos a seguir amolados, sin mejoras y con un negro porvenir. Solo el pueblo que es capaz de resguardar sus propios intereses puede progresar y entender que si no es por nuestra propia superación personal no podemos pensar siquiera en brindarle a nuestra propia familia el progreso que se merece.

Ejemplos abundan, pues por muchos años y a nuestra conveniencia, ocultamos nuestra insatisfacción porque existieran medios de comunicación capaces de engañar, de manipular, de mentir y hasta de falsear noticias en beneficio de sus propios intereses, violando la ley y las más elementales normas de ética y honesto comportamiento. A mi juicio, ese momento también llegó, para no quedarnos callados o al menos manifestar nuestra insatisfacción, desagrado o hartazgo, como demostrarles que la paciencia tiene su límite y que la inmerecida sintonía o audiencia recibida hasta el momento es cosa de poco tiempo para que desaparezca.

A los lectores yo los invito, les suplico, que custodien como tesoros los cambios que aunque mínimos, hasta el momento hemos podido lograr y que a las entidades y personas que asumieron su responsabilidad no los dejemos expuestos a la soledad, al abandono y a la malsana crítica destructiva. Ya es hora de dejar de buscar perfeccionismo en quienes cumplen con la ley y dispensar, perdonar o ignorar tantos males que los delincuentes han causado a nuestra sociedad.

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